Capítulo 12
El asunto se dejó pasar con indiferencia. Los amigos, de manera tácita, decidieron no mencionar más a Josefa, esperando el momento en que ella no pudiera resistir y regresara, solo para poder burlarse de ella.
Sin embargo, el tiempo pasó. Tres días, una semana, dos semanas, e incluso un mes, y ella no volvió a aparecer.
Todos observaban cómo el rostro de Bernardo se oscurecía día tras día. Intentaban distraerlo hablando de otros temas. Julia, en especial, permanecía a su lado diariamente, brindándole una atención tan esmerada que despertaba la envidia de quienes los
rodeaban.
Pero el destinatario de estos cuidados, Bernardo, quien había anhelado durante años recibir señales positivas de la persona que amaba, no mostraba la menor señal de alegría. Su mente estaba llena de pensamientos sobre Josefa.
Bernardo pasó de estar seguro de sí mismo a dudar. Un mes después, cuando estaba a punto de ser dado de alta, Josefa aún no había aparecido, y una inesperada inseguridad comenzó a crecer en su corazón.
¿Será que realmente ella lo había dejado? ¿Cómo podía ser eso posible?
Justo en ese momento, el sonido del teléfono, que había estado en silencio por tanto tiempo, irrumpió. Su reacción fue más rápida que su mente; contestó de inmediato,
sintiendo un alivio repentino en su pecho.
-Josefa, ¿todavía te acuerdas de llamarme?
Al escuchar ese nombre, los amigos y Julia centraron inmediatamente su atención en Bernardo, quien estaba al teléfono. Pero en un segundo, la alegría que había empezado a aparecer en su rostro se desvaneció.
Todos se miraron, sin comprender qué había sucedido.
-Sr. Borges -la voz tímida de Mario resonó al otro lado de la línea, lo que hizo que todos comprendieran que no era Josefa quien llamaba. No era de extrañar que la expresión de
Bernardo se hubiera ensombrecido de nuevo.
Mario, al otro lado, ajeno a lo que ocurría, continuó informando ordenadamente lo que había descubierto-: La señorita Chavira obtuvo un certificado de divorcio auténtico. Respecto al acuerdo de divorcio, el abogado dice que se había solicitado su consentimiento y que usted mismo dijo que la señora podía firmar en su lugar.
-¡Eso es mentira! -exclamó Bernardo, enfurecido al escuchar que supuestamente había dado su consentimiento para que Josefa firmara el acuerdo de divorcio. No pudo contenerse y soltó una maldición, dejando a Mario sin palabras-. ¿Cuándo fue que yo estuve de acuerdo…?
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