Capítulo 5 

Mercedes pasó la noche entera cuidando sola a Rosalba, sintiendo cómo su esperanza se marchitaba aún más. 

Ese hombre parecía haber olvidado por completo que tenía una hija enferma. 

Rosalba ya había dormido muy intranquila la noche anterior, y al amanecer, su ánimo seguía por los suelos. 

Mercedes, preocupada de que su autismo empeorara, no perdió tiempo y contactó al psicólogo para que la revisara en casa. 

El psicólogo era una doctora que Brayan había contratado por un sueldo altísimo. Era una especialista que había estudiado en el extranjero y tenía un doctorado en psicología. 

Su nombre era Guadalupe, y su reputación en el medio era bastante reconocida. 

Habían quedado de verse a las ocho de la mañana. 

Pero Guadalupe apareció hasta las nueve, caminando con paso lento, como si no le importara la puntualidad. 

Desde que entró, su actitud destilaba superioridad y fastidio. Levantando la voz, le reclamó a Mercedes: 

-¿Acaso no te he dicho que no dejes que la niña sufra sobresaltos tan fuertes? Cada vez que Rosalba tiene una crisis, es porque tú no la cuidas bien. Como madre, la mayor responsabilidad es tuya. 

Mercedes se quedó pasmada un instante, aún sin terminar de acostumbrarse al tono arrogante de la psicóloga. 

No era la primera vez que lo hacía. Ya en otras ocasiones se había comportado igual. 

Pero por el bien de Rosalba, Mercedes prefería tragarse el coraje y fingir que no escuchaba. 

Sin más, fue a buscar a Rosalba y la llevó en brazos para que Guadalupe la revisara. 

Guadalupe le hizo algunas preguntas y revisó a la niña. Luego, intentó conversar con ella. Rosalba, cabizbaja, parecía no oír nada; sus ojos estaban vacíos, sin expresión. 

Guadalupe perdió la paciencia enseguida, subiendo aún más la voz, casi gritando: 

-¡Rosalba, contéstame de una vez! 

El hombro de Rosalba tembló, como si el grito la hubiera asustado. 

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Capítulo 5 

Mercedes frunció el ceño. 

Nunca había visto a un profesional tratar así a un paciente. 

Rápida, intervino: 

-Doctora Guadalupe, Rosalba está muy inestable… ¿podría no asustarla? 

Guadalupe no disimuló el desagrado; la miró de arriba abajo, con los ojos entrecerrados, yle soltó: 

-Señorita Mercedes, cuando yo estoy trabajando, no quiero interrupciones ni cuestionamientos, ¿entendiste? 

Sin esperar respuesta, volvió a darle una orden a Rosalba, con voz aún más dura: 

-¡Responde ya! 

La molestia de Mercedes iba creciendo; se le marcaban las arrugas del enojo y ya no pudo quedarse callada: 

-Doctora Guadalupe, lleva ya un tiempo tratando a Rosalba, pero la verdad es que no noto ningún avance con su método. ¿De verdad sirve lo que está haciendo? 

La pregunta pareció encenderle una chispa a Guadalupe; su semblante cambió y contestó, furiosa: 

-¿Quién es la psicóloga aquí? ¿Tú o yo? No olvides que fue el señor Brayan quien me trajo especialmente. ¿Con qué derecho me cuestionas? 

Eso acabó por colmar la paciencia de Mercedes. 

Le respondió con tono cortante: 

-No quería dudar de usted, pero la situación de Rosalba no ha mejorado nada. Como madre, ¿no tengo derecho a preguntar? ¿De verdad es usted profesional? 

Esa última pregunta fue como una bofetada para Guadalupe. 

Se puso de pie de golpe, señalándola directamente: 

-¡Mercedes! Si tanto desconfías de mí, busca a alguien más. Yo no pienso seguir tratando a tu hija. Pero te lo advierto: no te vayas a arrepentir. 

Y sin esperar más, se marchó del lugar, haciendo sonar los tacones sobre el piso con furia. 

Mercedes, al ver la reacción, ni siquiera intentó detenerla. 

Ya le había quedado claro que Guadalupe no estaba comprometida con el bienestar de Rosalba, y dejarla cerca de su hija solo podía hacerle daño. 

Además, la hostilidad que le mostraba a Mercedes no tenía explicación alguna. 

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15:43 

Sacudió la cabeza, decidiendo dejar de preocuparse por la doctora, y fue a ver cómo estaba Rosalba. 

Fue entonces cuando notó que el cuerpecito de la niña temblaba y que sus labios se movían levemente. 

Parecía aterrada, como si algo la estuviera asustando profundamente. 

A Mercedes el corazón se le encogió; sin pensarlo, abrazó a su hija con toda la ternura que tenía, tratando de reconfortarla.