Capítulo 34
A Brayan le dolía ver esa expresión de tristeza en el rostro de Pamela. De inmediato, sacó un pañuelo del bolsillo y se lo ofreció, con una mirada llena de ternura.
Luego, con voz suave, trató de tranquilizarla:
-¿Por qué le pides perdón? Si el sistema tiene fallas, la responsabilidad es de ella. Tú apenas llevas unos días en este puesto, ¿cómo va a ser tu culpa?
-No tienes por qué sentirte mal por la pérdida de clientes. En estos días lo has hecho. más que bien. Anda, seca esas lágrimas, yo te invito a comer algo.
-Después, regresaremos a San Tomás de los Ríos. Deja esto en mis manos, yo haré que Mercedes asuma las consecuencias.
-¿Así… no crees que es demasiado? -dijo Pamela, fingiendo preocupación, aunque por dentro
ya celebraba haber logrado su objetivo-.
Disimulando, agregó:
-Brayan, no vayas a culpar a Mercedes, por favor. La que llegó en mal momento fui yo. Si le hubieran dado a Mercedes un poco más de tiempo, tal vez no le habría costado tanto aceptar la situación, y nada de esto habría pasado. Es mi culpa…
-Te digo que no es asunto tuyo, deja de decir esas cosas -insistió Brayan, con paciencia, intentando reconfortarla.
Cuando Pamela terminó de limpiarse las lágrimas, él se levantó, le abrió la silla con elegancia y preguntó:
-¿Qué se te antoja comer? Lo que quieras, yo te llevo.
Escuchando esas palabras, la expresión de Pamela mejoró al instante:
-Lo que sea, de verdad. No soy exigente, mientras coma contigo, me basta.
Brayan sonrió con complicidad.
-Entonces le pediré a Fausto que reserve una mesa y de paso compre los boletos de avión.
Pamela asintió y salió del café junto a él, caminando hombro con hombro.
Brayan, ocupado con una llamada, no notó el destello de picardía que se coló por los ojos de Pamela.
Lo que él ignoraba era que la fuga de clientes tenía poco que ver con Mercedes.
En realidad, después de que Mercedes terminó de pasarle todos los pendientes, Pamela
se dio cuenta de que el departamento de desarrollo no era tan inútil como ella pensaba.
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El equipo que Mercedes lideraba había desarrollado un sistema médico que nada le pedia a los de las empresas extranjeras más avanzadas. En algunos aspectos, incluso los
superaba por mucho.
Por eso, cuando Pamela tuvo que entregar los datos y el sistema presentó un error, no logró salvar la situación a tiempo.
Por supuesto, eso jamás lo admitiría. Es más, la frustraba.
Antes de irse, el señor León le había lanzado una frase demoledora:
-El Grupo Cruz estaba funcionando perfecto, ¿para qué quitar a la señorita Mercedes? Llevamos años trabajando con ella y nunca hubo un error así. ¿Por qué en cuanto tomas el mando aparecen estos problemas y encima nos retrasan tanto?
-No entiendo cómo el señor Brayan pudo cometer un error tan grande eligiendo personal.
No era la primera vez que Pamela oía algo así.
En los días anteriores, otros clientes también habían presentado quejas, algunas más graves que otras.
Aunque al final lograron salvar varias situaciones, el descontento seguía creciendo.
Las llamadas no paraban:
[¿Dónde está la señorita Mercedes? ¿Por qué no la dejaron encargarse de esto? Ella lo habría resuelto enseguida.]
Pamela jamás imaginó que Mercedes, a quien consideraba una empleada de relleno, fuera tan indispensable en el Grupo Cruz.
Los clientes confiaban en ella ciegamente.
Cada vez que Pamela no cumplía sus expectativas, no perdían tiempo en compararla con Mercedes.
Pamela apretaba los dientes de coraje.
No podía dejar que Brayan se enterara de lo que en verdad estaba pasando.
Antes de que el asunto se saliera de control, tenía que cargarle toda la culpa a Mercedes.
Y jamás dejaría que Brayan descubriera lo mucho que Mercedes valía.
Esa noche, después de cenar con Rosalba, Mercedes se sentó en la alfombra de la sala a jugar rompecabezas con la pequeña.
El rompecabezas era nuevo, y tenía miles de piezas.
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