Capítulo 3
Afuera de la funeraria, el viento traía lluvia y el aire helado se sentía como cuchillas atravesando la piel.
Cada ráfaga parecía abrirle un hueco en el corazón.-
Mercedes sostenía a Rosalba entre sus brazos, parada sola a un costado de la calle. Su cara se veía tan pálida que parecía que la vida se le había escapado.
Ella también quería quedarse, acompañar a su abuelita hasta el final, despedirse como debía.
Pero la familia Cruz era tan distante que daba miedo.
Y Brayan… con todo lo que hizo, tiró a la basura esos cuatro años de matrimonio, pisoteándolos sin el menor remordimiento.
Mercedes, ya sin esperanza, por fin tuvo que aceptar la verdad…
En aquel entonces, aquel día que Brayan gritó ese nombre, no era el de ella.
Ya era hora de despertar del engaño.
La misa terminó por la tarde.
Al volver a casa, Mercedes no hizo más que intentar calmar a Rosalba, que seguía muy
alterada.
Después de mucho esfuerzo, logró que la niña se durmiera. Bajó las escaleras, y justo entonces vio a Brayan regresar, trayendo consigo una sensación de distancia que helaba
el ambiente.
Mercedes pensó en ignorarlo, pero al ver al niño pequeño que lo acompañaba, se quedó pasmada.
¿De verdad…? ¿Había traído al hijo de Pamela a su casa?
Brayan notó su mirada, pero ni se molestó en explicar. Siguió hablándole con ese tono distante, como si nada importara.
-Cuida a Leonel. Acaban de regresar al país y su mamá fue a hacer unos trámites de la
casa.
Mercedes apretó el vaso que tenía en la mano, como si acabara de escuchar el chiste más absurdo.
En el funeral, todos la trataron como si no existiera y Brayan solo miró desde lejos, sin decir ni una sola palabra. Y ahora, traía al hijo de su ex a casa y encima pretendía que
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Capitulo 3
ella lo cuidara…
No se le olvidaba cómo ese niño, en la sala de descanso, le había dicho cosas horribles a Rosalba.
-Rosalba está enferma, no tengo cabeza para hacerme cargo del hijo de otra persona. Hay una niñera en la casa, no me necesitas.
Mercedes dejó claro su desprecio, sin molestarse en esconderlo.
El rostro de Brayan se endureció al instante.
Ella fingió no verlo y empezó a subir las escaleras.
Con cada paso, sentía que el corazón le daba un vuelco de dolor.
Rosalba era su hija, había llorado desconsolada toda la tarde, y Brayan ni siquiera se había acercado. Pero para el hijo de otra mujer, sí que tenía tiempo y atención.
Brayan la miró mientras subía. Aunque no le gustó su reacción, al final no insistió.
Se agachó, le acarició la cabeza a Leonel y le habló en voz baja:
-En un rato, súbete tú solo a la sala de juegos para niños, ¿sí? El señor Brayan tiene que trabajar un poco en el estudio, ¿vale?
Leonel asintió, mostrando una obediencia y dulzura que parecían irreales.
-Sí, señor Brayan, vaya tranquilo. Yo puedo estar solo, cuando vivíamos en otro país, siempre me quedaba solo cuando mi mamá tenía que trabajar.
Brayan, al ver que el niño era tan razonable, se fue al estudio sin preocuparse más.
Apenas se fue, Leonel corrió directo a la sala de juegos.
Ese espacio había sido construido por la abuelita Cruz junto con Mercedes, para Rosalba. Rosalba nunca fue como los demás niños. Siempre prefería estar sola, y todos los juguetes, los columpios, cada detalle de ese cuarto, habían sido elegidos con esmero solo para ella.
Pero Leonel, al entrar y ver todo eso, no pudo evitar molestarse.
-¡Qué injusto! ¿Cómo ese boba tiene una sala de juegos tan grande?
Frunció la boca y, sin pensarlo, empezó a hacer desastre. Todo lo que podía tirar, lo tiró; todo lo que podía voltear, lo volteó.
Así estuvo desatando su enojo durante más de dos horas, haciendo un ruido que se escuchaba por toda la casa.
Mercedes, al oír el escándalo, fue a ver qué pasaba.
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Al abrir la puerta y ver el estado del cuarto, se quedó sin palabras.
El lugar favorito de Rosalba era ahora un caos. El árbol de Navidad tan bonito, estaba tirado y pisoteado; los peluches, regados y maltratados por todas partes.
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