Capítulo 25
-Mi mamá dijo que ese vegetal la ayuda a verse mejor y a mantenerse en forma. Como Rosa es niña, pensé que también le serviría, así que le puse uno…
En cuanto Mercedes escuchó eso, se lanzó directo a la cocina.
Sobre la amplia barra se veía la bolsa de verduras frescas que la señora del servicio había traído esa mañana.
Junto a la licuadora, estaba una parte de un chile ya cortado.
El gesto de Mercedes se volvió oscuro. Regresó a la sala con el enojo a flor de piel, apenas podía contenerse.
-¡¿Te atreviste a ponerle chile al jugo de Rosalba?!
Brayan frunció un poco el ceño y miró a Leonel.
Leonel, temblando como si lo hubieran asustado, encogió los hombros y, con los ojos llenos de lágrimas, se aferró al pantalón de Brayan.
-Señor, ¿le puse algo mal a la bebida de Rosa? Perdón, no fue mi intención. Yo veía que mi mamá lo comía y no le pasaba nada, ella decía que era dulce…
Mientras decía esto, su expresión de arrepentimiento parecía tan auténtica que cualquiera se lo habría creído.
Pero Mercedes no se dejó engañar.
Un niño que apenas lo acababa de conocer y ya se había atrevido a llamar tonta a Rosalba, ¿de verdad iba a cometer un error así sin querer?
Ella creía que, estando presente, este niño no se atrevería a pasarse de listo.
Jamás pensó que, enfrente de todos, se animaría a hacerle daño a propósito.
-¿Cómo puede ser tan malintencionado alguien tan pequeño?– pensó Mercedes,
temblando de rabia.
Ver a Rosalba, con la boca hinchada y roja por el picante del jugo, sollozando sin poder contenerse, le rompía el corazón.
Mientras le daba agua para que se enjuagara y se calmara, ya no pudo más y estalló:
-¡Sal de aquí! ¡Vete ahora mismo! ¡No quiero volver a verte cerca de Rosalba, nunca más! Al escucharla tan dura, Leonel no pudo contenerse y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
Entre sollozos, trató de justificarse, suplicando:
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Yo… yo no quería hacerlo, señora, no se enoje. Señor, créame, a mí me cae muy bien Rosa, quiero ser su amigo. ¿Cómo iba a lastimarla a propósito?
Brayan también pensaba llamarle la atención a Leonel. No podía negar que, fuera como fuera, todo había pasado por culpa del niño.
Pero al ver la reacción tan dura de Mercedes, su ceño se frunció aún más y terminó gritándole:
-¿Qué te pasa, Mercedes? ¿Cómo puedes decirle eso a un niño?
-Leonel debió confundir el chile con un pimiento de colores. Tiene solo cuatro años, ¿cómo esperas que distinga la diferencia?
-Y ni de chiste pienses que un niño tan pequeño haría esto con mala intención. ¿Por qué tienes que ser así de dura?
Mercedes, al ver que él seguía defendiendo al niño, sintió que la rabia le hervía la sangre.
Con la voz cortante y un tono casi filoso, le espetó:
-¿No puede distinguir un pimiento de un chile? Por tamaño, forma y color, cualquiera los reconoce. ¡Tiene cuatro años, no es ningún tonto!
-Brayan, la que salió lastimada fue Rosalba. ¿Cómo puedes seguir defendiéndolo? Desde hace rato no has dicho ni una palabra para tu propia hija, pero bien que sales a proteger al hijo de otro. ¿Quién es tu hija, Rosalba o él?
-¿De verdad tienes la conciencia tan torcida? ¿O ya perdiste la vergüenza?
Esta vez, Mercedes dejó de contenerse.
Que él fuera distante e indiferente con élla, lo había aguantado.
Pero ni siquiera podía defender a su propia hija.
Brayan la miró con el rostro sombrío, los ojos llenos de rabia contenida.
Estás diciendo puras tonterías!
Mercedes lo miró, sintiendo que algo dentro de ella se congelaba.
Nunca antes había sentido tanto rechazo por ese hombre.
Ni cuando lo vio abrazando a Pamela le había dolido tanto.
En este momento, la herida era profunda, imposible de perdonar.
-Si no lo hubieras traído aquí; Rosalba no habría pasado por esto. Llévatelo ahora mismo y no dejes que se acerque a mi hija nunca más. ¡Rosalba no necesita ese tipo de amigos!
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