Capítulo 10
Mercedes compró los boletos y llevó a Rosalba a disfrutar del proyecto de rastreo en el
bosque.
Dentro del parque había un bosque de caricatura simulado, donde podían seguir pistas musicales y objetos escondidos para encontrar tesoros.
Eligió esa actividad para fortalecer la iniciativa de Rosalba y también para pulir su capacidad de pensar y resolver problemas.
Muy pronto, madre e hija entraron al lugar.
Mercedes acompañó a Rosalba durante un rato en el juego.
Al principio, la peque se sintió un poco intimidada por el ambiente desconocido.
Sin embargo, gracias a la paciencia de su mamá, poco a poco empezó a relajarse y a mostrarse más animada.
Mercedes, viendo que su hija iba agarrando confianza, le dio espacio para que buscara las pistas por sí sola, siguiéndola de lejos pero sin perderla de vista.
Dentro del castillo, había más niños jugando.
Dos niñas de la misma edad que Rosalba, al verla tan bonita y delicada, casi como una muñeca, se sintieron encantadas y corrieron a saludarla, proponiéndole unirse para
buscar juntas.
-Voy a acompañarte, ¿sí? Si encontramos las pistas, te las doy todas, ¿te parece?
-¡Eres súper tierna! ¿Cómo te llamas? ¿Quieres ser mi amiga?
Rosalba al principio se sintió un poco nerviosa, pero al ver que las otras dos no tenían malas intenciones, fue bajando la guardia y terminó aceptando su compañía.
Mercedes observó la interacción y no intervino.
Comparadas con el hijo malintencionado de Pamela, estas niñas eran como angelitos.
Gracias a ellas, Rosalba fue encontrando las pistas cada vez más rápido.
En ese momento, apareció la pista de la siguiente ronda.
Pero para alcanzarla, había que subir por una cuerda de escalar.
Las otras dos niñas, muy ágiles, treparon como si nada.
Cuando le tocó el turno a Rosalba, Mercedes sintió cómo se le apretaba el pecho.
No era tan alto y abajo había colchones, pero igual temía que su hija pudiera caerse…
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Capítulo 10
No muy lejos de ahí, una figura elegante se mantenía erguida, observando discretamente hacia ese lado.
El señor, de nariz afilada, llevaba gafas de aro dorado con una cadenita a los lados; los ojos, tras los lentes, eran largos, profundos y tranquilos, como un cielo nocturno.
Vestía una camisa blanca, pantalón negro, abrigo largo también negro, y en la muñeca lucía un brazalete de cuentas, que junto a su aire pulcro y distinguido, lo hacían parecer un ser etéreo salido de la cima de una montaña.
Estaba tan quieto que alrededor de él parecía formarse una barrera invisible, como si
nadie se atreviera a acercarse.
A su lado, el asistente–Saúl–ya estaba acostumbrado a esas escenas.
Su jefe, siempre que terminaba una sesión de terapia con algún paciente, solía ir a lugares así.
Las historias de los pacientes solían ser muy pesadas.
Un sitio lleno de juegos y alegría servía para aliviar el ánimo.
Saúl esperaba sin decir nada, sólo seguía con la mirada al grupo de niños, fijándose especialmente en la niña pequeña…
Rosalba, animada por sus dos nuevas amigas, también se animó a trepar la cuerda.
No era tan ágil como ellas, pero sí muy cuidadosa.
Mercedes comenzaba a soltar el aire que tenía contenido.
En ese momento, un niño que estaba cerca se cayó y parecía haberse lastimado.
Mercedes, al estar justo al lado, se distrajo y se apresuro a ayudarlo.
Pero justo en ese instante, Rosalba resbaló y cayó de la cuerda, precipitándose desde media altura.
-¡Ay… cuidado!
Saúl reaccionó por instinto y gritó.
Pero el hombre a su lado ya se había lanzado hacia adelante, atrapando a la niña en el aire con toda seguridad.
Rosalba se quedó blanca del susto, temblando aún, con la carita desencajada.
-Tranquila, no va a pasar nada.
El hombre le dio unas palmaditas suaves para calmarla.
Aunque su voz sonaba lejana, como si tuviera una capa de hielo separándolo de los
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Capítulo 10
demás, al mismo tiempo transmitía una calidez inesperada que tranquilizaba.
Rosalba, de inmediato, se sintió mejor y, con esos grandes ojos brillantes, se quedó mirando a su salvador.
Estaba asustada, pero seguía siendo una niña dulce y obediente.
El hombre le sonrió con amabilidad, la puso de pie con cuidado y, de paso, le entregó la tarjeta de pista que había ido a buscar.
Luego, le aconsejó:
-La próxima vez, ten más cuidado.
Y se alejó de ahí sin más.
Fue hasta ese momento que Mercedes se enteró del accidente y sintió cómo se le iba el alma del cuerpo.
Corrió tan rápido como pudo, pero sólo alcanzó a ver la silueta del hombre alejándose.