Capítulo 9
Mercedes asintió y no se interpuso. Esperó a que la figura de Océano desapareciera por completo antes de regresar a su habitación. Apenas se recostó, el celular en la mesita de noche se iluminó. Giró la cabeza y vio que era un mensaje de Consuelo.
Abrió el mensaje y se encontró con una captura de pantalla de la conversación entre Consuelo y Océano.
Consuelo: [Océano, encontré algunas cartas de amor que te escribí hace tiempo. ¿Te gustaría venir a verlas? Si no, las quemaré.]
La respuesta de Océano fue rápida y breve.
Océano: [No las quemes, espérame.]
Aunque Océano había dicho que volvería pronto, en realidad, no regresó en los siguientes dos días. No hubo explicaciones ni una sola llamada.
Por suerte, a Mercedes ya no le importaba adónde iba.
En el último día del periodo de reflexión para el divorcio, finalmente llamó a Don Ortega.
-El mes ha pasado. ¿El trámite está listo?
-Sí, ya pueden recoger el certificado de divorcio -respondió Don Ortega al otro lado del teléfono con una alegría genuina-. Señorita Mercedes, felicidades por su nuevo
comienzo.
-Gracias.
Por primera vez en un mes, Mercedes mostró una sonrisa sincera. Apenas colgó la llamada, el celular sonó de nuevo. Vio el nombre de Manolo en la pantalla, pero no pudo evitar recordar lo que Océano le había dicho hace un tiempo:
-Mantente alejada de ese tal Manolo.
-Soy un tipo, sé lo que otros tipos piensan.
Esas palabras resonaban aún, pero su mano no dudó en contestar la llamada.
-Manolo.
No iba a sacrificar sus amistades y sueños por una simple advertencia de Océano. Además, una vez que tuviera el certificado de divorcio, ya no tendrían ninguna relación. ¿Por qué detener su vida por él?
Pronto, la voz de Manolo la sacó de sus pensamientos.
-Merce, ha pasado un mes. ¿Podrás salir a tiempo?
La alegría en la voz de Mercedes era inconfundible.
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-Claro, puedo salir hoy mismo.
-Perfecto, te espero.
Manolo colgó, y Mercedes se cambió de ropa para salir a recoger el certificado de divorcio. Justo cuando se acercaba a la puerta, ésta se abrió de golpe, y Océano entró con un abrigo negro, deteniéndose al ver su radiante sonrisa.
Se quedó un poco aturdido al darse cuenta de que hacía mucho tiempo que no la veía tan feliz.
-¿Por qué tan contenta? ¿A dónde vas? -preguntó. Al instante, pareció recordar algo y su mirada se suavizó con una sonrisa-. ¿Vas al hospital a hacerte un ultrasonido? Te acompaño.
Mercedes se quedó paralizada por un momento, a punto de explicar, pero Océano ya la había llevado al auto.
Justo cuando él iba a arrancar el vehículo, Mercedes ya no pudo contenerse y decidió contarle la verdad. Sin embargo, en ese momento, el celular de él comenzó a sonar.
Consuelo llamaba.
Su expresión cambió, pero al final optó por bajarse del auto para contestar la llamada.
Mercedes permaneció en el asiento, observando cómo él le daba la espalda mientras hablaba por teléfono. No pasó mucho tiempo antes de que regresara.
-Merce, tengo un asunto que atender. Vuelvo enseguida. Ve tú primero y tráeme el reporte, ¿sí?
Con el tono típico con el que se habla a un niño, ella no dijo nada. Bajó del auto obedientemente y vio cómo él se alejaba.
Luego tomó un taxi, pero su destino no era el hospital, sino el ayuntamiento.
Media hora después, Mercedes regresó a la villa con dos certificados de divorcio recién impresos.
Dejó el de Océano sobre la mesa del salón y le envió un mensaje.
“He dejado lo que fui a buscar sobre la mesa.”
La respuesta llegó pronto, con el tono acostumbrado de cariño.
“Cuando regrese, veamos juntos cómo está nuestro bebé.”
Al leer esas palabras, Mercedes sonrió con ironía, sin responder ni explicar. Simplemente sacó la tarjeta SIM del celular, la rompió y la tiró a la basura. Todo en un solo movimiento.
Ya tenía su maleta lista. Solo necesitaba tomarla y salir.
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Mientras arrastraba la maleta hacia la salida de la casa de la familia Lozano, miró por
última vez la villa donde había vivido los últimos tres años.
-Océano, a partir de ahora, tú y yo somos libres.
-Adiós.
Con esas palabras, se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás.
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