Capítulo 7
La herida era profunda; Mercedes tuvo que recibir más de diez puntos de sutura en la frente. No fue hasta que terminaron de vendarla que Océano finalmente pudo respirar con alivio. Sin embargo, un temor tardío lo invadió: ¿por qué se había molestado tanto con una muchacha?
-Merce, lo siento, todo es mi culpa. Si no quieres disculparte, no lo hagas. Yo me encargaré de compensarla, yo me haré cargo de todo.
A lo largo de todo esto, Mercedes mostró una cara impasible, aunque su corazón dolía hasta el punto de dificultarle la respiración. En ese momento, Océano aún pensaba que ella estaba actuando como una niña, negándose a pedir disculpas por mero capricho. Aunque Mercedes había propuesto revisar las cámaras de seguridad, él seguía
favoreciendo a Consuelo en su subconsciente.
Porque él amaba a Consuelo. Por eso no quería revisar las cámaras. Por eso creía ciegamente en las palabras de Consuelo, convencido de que Mercedes había sido quien le había tirado la sopa.
Justo en ese instante, el doctor se acercó, confirmó el nombre y comenzó a dar instrucciones sobre los cuidados necesarios para la paciente. Océano escuchó atentamente, y cuando el médico terminó, preguntó por el bebé:
-¿Cómo está el bebé que Merce lleva en el vientre? ¿Está bien?
Al oír esto, el doctor, sorprendido, revisó nuevamente la historia clínica y respondió:
-¿Qué bebé? La Srta. Mercedes no está…
Antes de que pudiera terminar, un tono de celular interrumpió la conversación. Océano sacó su celular, y al ver quién llamaba, respondió rápidamente sin dudarlo. Lo que sea que escuchó al otro lado de la línea lo hizo cambiar de expresión, y sin ni siquiera despedirse, se apresuró a salir de la habitación.
Mercedes bajó la cabeza, sintiendo una amargura recorrer su interior mientras lo veía desaparecer tras la puerta. Océano, has perdido tu última oportunidad de conocer la
verdad.
En los días siguientes, Océano no regresó. En cambio, Consuelo le enviaba mensajes todos los días. El primer día, le contó cómo Océano le leía cuentos para dormir. El segundo día, le narró cómo le servía sopa, soplándola con cuidado para enfriarla. El tercer día, le describió cómo él mismo le secaba el cabello.
Mientras tanto, Mercedes, con quince puntos en la frente, ni siquiera había recibido una visita de él.
Finalmente, el día que Mercedes fue dada de alta, Océano apareció. Después de
completar los trámites de salida, Mercedes lo siguió hasta el estacionamiento, donde se
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Capítulo 7
encontró nuevamente con que el asiento del copiloto ya estaba ocupado.
El vidrio del auto bajó, revelando a Consuelo en el asiento. Mercedes no quería compartir el auto con ella y estaba a punto de llamar a otro vehículo cuando Consuelo le hizo un gesto, revelando un colgante de jade en su cuello.
Mercedes se detuvo de inmediato, su atención capturada por el colgante.
Reconocía ese colgante de jade. Era el amuleto de la buena suerte que su madre le había dado. Mercedes nunca se separaba de él hasta que se lo entregó a Océano el día de su
boda.
-Ya que ahora serás mi esposo, te regalo el amuleto que mi mamá pidió para mí, para que te proteja y te mantenga siempre seguro.
En aquel entonces, él lo aceptó con una sonrisa y le dio un beso.
-Estaré seguro, para poder cuidarte siempre.
Y ahora, ese mismo colgante estaba en el cuello de Consuelo.
-¿Por qué lo tiene ella? -preguntó Mercedes, señalando el colgante mientras miraba directamente a Océano.
Océano siguió la dirección de su dedo y, al ver el colgante, recordó la noche de su boda. Su expresión se tensó, sin saber cómo explicar la situación.
Fue Consuelo quien intervino para salvarlo:
-Mercedes, no te enfades. Océano me dijo que me compensaría, y yo quise este colgante. Así que él me lo dio.
Mercedes sintió que la última chispa dé energía se desvanecía de su cuerpo. Océano la observaba con preocupación, temiendo que hiciera una escena en plena calle.
Pero ella simplemente lo miró y, después de un momento, habló:
-Dáselo, dáselo todo.
La casa,
el colgante, y a ti también, te he entregado a ella.
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