Capítulo 8
Raquel se encerró en su habitación, sin siquiera cenar, mientras terminaba de empacar sus últimas pertenencias. Desde el otro lado de la puerta, Gonzalo y Vanesa asumían que estaba haciendo un berrinche, lanzando comentarios llenos de reproches.
-¡Ya se le está subiendo el genio! Son solo unos cuadros, ¿tenías que hacerle ese desplante a tu hermana?
-Exactamente, parece que ya se siente con alas.
En medio de las críticas, Ciro se acercó y tocó suavemente la puerta de Raquel.
-Raquel, no te enojes, sal y come algo, ¿sí?
Ella volteó a ver la puerta, sintiendo un nudo en la garganta, pero sus ojos seguían secos. Había llorado tanto que ya no le salían lágrimas.
Afuera, Sergio jaló a Ciro, molesto.
-Tío, no la consientas. A ella le gusta hacerse la víctima. Quiero ver cuánto tiempo puede aguantar sin comer.
Raquel soltó una sonrisa irónica.
Un día más. Porque mañana se iría.
A la mañana siguiente, se levantó temprano, pero no esperaba que los Lacayo ya no estuvieran. Al revisar su teléfono, se dio cuenta de que habían ido a una montaña cercana a rezar por Felisa. Habían salido antes del amanecer para colgar placas de deseos en la iglesia, que según decían, era muy efectiva.
En sus redes sociales, cada uno había publicado algo sobre Felisa. Las fotos y los deseos en las placas eran todos para ella.
[Gonzalo: Espero que Felisa esté siempre sana y feliz.]
[Vanesa: Mi pequeña, que todos tus deseos se hagan realidad.]
[Sergio: Que Felisa viva una vida llena de paz y alegría.]
Ciro, por su parte, no compartió una foto de Felisa, solo el texto de su placa de deseos.
[Anhelo paz y serenidad para siempre.]
En su vida pasada, Ciro había colgado muchas placas en ese árbol. Aunque no creía en lo sobrenatural, iba todos los años a esa iglesia, porque en esas placas había un “Raquel“. Ella pensó que era la persona en el corazón de Ciro. Fue hasta su muerte que se dio cuenta de que cada placa también tenía el nombre de Felisa.
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Capitulo 8
Todos esos años de ilusiones resultaron ser una broma cruel. Por suerte, la vida le había dado otra oportunidad, y esta vez estaba decidida a no cometer los mismos errores.
El sonido de un mensaje la sacó de sus pensamientos.
[Señorita Lacayo, bienvenida a la isla. Por favor, diríjase al aeropuerto de inmediato. Nuestro personal la recibirá. Le deseamos una estancia tranquila y placentera en la isla.]
Sonrió al cerrar el teléfono y dejó sobre la mesa el documento que rompía todo lazo familiar. Antes de salir, se detuvo un momento y se quitó el collar que llevaba al cuello. Era el legado familiar que Ciro le había dado cuando confesaron su amor. Dijo que quien lo llevara sería su esposa, la futura señora de la familia Gómez.
Pero ahora, no le interesaba ser la señora Gómez ni la dueña de nada relacionado con los Gómez. Colocó la joya sobre el documento y, con la maleta en mano, salió de la habitación.
De repente, su teléfono comenzó a vibrar con fuerza. Dudó un instante, pero decidió revisarlo. Un montón de llamadas perdidas aparecieron en la pantalla, todas de Gonzalo, Vanesa, Sergio y Ciro. Al entrar al grupo de chat, los mensajes urgentes se acumulaban.
[Raquel, Felisa se cayó de la montaña. Hay una hemorragia. Ven al hospital a donar sangre de inmediato.]
[Tienes media hora para llegar al hospital.]
[Si le pasa algo a Felisa, te harás responsable.]
Raquel se detuvo un momento, luego, sin mostrar emoción, abandonó el grupo de chat y bloqueó a cada uno de ellos. Ya no sería la fuente de sangre de Felisa, ni la segunda hija de Gonzalo y Vanesa, ni la hermana de Sergio, ni la prometida de Ciro.
Era Raquel, solo Raquel.
Miró por última vez el lugar donde había vivido por más de veinte años, y sin voltear atrás, se subió al carro que la esperaba. El vehículo se alejó, dejando en el suelo una tarjeta telefónica rota…
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