Capítulo 4
Ciro se dio la vuelta de golpe, sus ojos reflejaban la misma tensión.
-Raquel, ¿qué está pasando?–
Raquel se sobresaltó. Había estado tan ocupada tratando de atrapar al ladrón que olvidó que su equipaje seguía en la sala. Apretó ligeramente la mano que tenía oculta en la
manga antes de cambiar su expresión a una sonrisa tranquila.
-Al ver que ustedes viajarán, pensé en salir a despejarme también, así que preparé mi equipaje para partir cuando decida adónde ir.
Gonzalo y Vanesa fruncieron el ceño al instante.
-¿Salir a despejarte? ¿No te dije que no puedes irte de Felisa?
-Si¿y si Felisa necesita una transfusión de sangre y no estás? Tienes que recordar por qué te trajimos al mundo. Guarda tus cosas, sin nuestro permiso, no irás a ninguna parte.
Al ver que Raquel no mostraba señales de incomodidad, Ciro respiró aliviado.
-La próxima vez que quieras ir a algún lado, ven con nosotros. No es seguro ir sola, ¿entiendes?
Raquel sonrió para sus adentros, pero sabía que el lugar al que planeaba ir nunca lo compartiría con ellos.
Días después, llegó el cumpleaños de Felisa y Raquel. Aunque había tres años de diferencia entre ellas, sus cumpleaños caían el mismo día. Sin embargo, año tras año, solo había un pastel y una sola vela. Antes, Raquel creía las palabras de sus padres, que no tenía sentido comprar dos pasteles para el mismo día. Pero considerando que estaban bien económicamente, un pastel más no les importaría. No era más que indiferencia hacia sus sentimientos, y el deseo de que Felisa no compartiera su momento especial.
La decoración de la fiesta era, como siempre, del color favorito de Felisa: rosa. Rosas, globos y el pastel, todo en rosa. Los regalos de todos eran solo para Felisa. En el centro de atención, ella recibía las felicitaciones, mientras Raquel permanecía en un rincón, como una extraña.
-Oye, tio, ¿por qué hay dos cajas de regalo? -preguntó Felisa, sorprendida, al agitar un paquete frente a Ciro.
La mirada de todos se posó en él, y Ciro le entregó una de las cajas a Raquel.
-Este es para ti.
Ciro le había regalado a Felisa un collar diseñado por un diseñador famoso, mientras que el de Raquel era solo un accesorio de regalo.
La gente se rio suavemente.
-Ah, un regalo extra. Le queda perfecto.
Sí, Raquel no era más que el accesorio de Felisa, y el regalo de Ciro encajaba perfectamente con esa idea. Sin decir palabra, Raquel tiró su regalo en el cesto de basura donde nadie pudiera verlo.
Al finalizar la fiesta, Felisa, emocionada, propuso conducir a todos a casa, ya que acababa de obtener su licencia. Gonzalo, Vanesa y Sergio accedieron, y esperaron en la entrada mientras Felisa iba por el carro.
Raquel, al final de la fila, miraba hacia abajo, perdida en sus pensamientos sobre los trámites para comprar una isla y cuándo podría irse. No se dio cuenta de que el carro se acercaba peligrosamente a ella hasta que el chirrido de los frenos rompió el silencio, y fue lanzada al suelo.
Con la conciencia desvaneciéndose, lo último que escuchó fue el llanto fingido de Felisa antes de caer completamente inconsciente.
Cuando volvió en sí, estaba en el hospital. El dolor se hizo más agudo cuando la adrenalina disminuyó, y al abrir los ojos con dificultad, se dio cuenta de que estaba en la cama de cirugía, sintiéndose como si su alma flotara sobre su cuerpo.
-¿Es que estoy muriendo? -pensó. El dolor era insoportable, y Raquel dejó que la oscuridad la envolviera.
Mientras tanto, en la habitación contigua, los médicos discutían con la familia Lacayo.
-Es urgente que decidan. La paciente está perdiendo mucha sangre y necesita una transfusión inmediatamente. La sangre de su segunda hija es compatible. ¿Por qué no permiten que done?
Los Lacayo respondieron al unísono.
-¡No! ¡Felisa no puede donar!
A medida que su conciencia se desvanecía, la voz de Ciro fue lo último que escuchó, fría y decidida, perforando sus oídos.
-Sí, Felisa no puede donar.