Capítulo 12
Después de descubrir que no podía comunicarse con Raquel, Ciro activó todos sus contactos, prácticamente recorrió toda la ciudad, pero no halló ni una sola pista sobre
ella.
Sus ojos reflejaban el cansancio y la ansiedad; cada intento fallido de encontrarla era como una puñalada directa a su corazón.
Gonzalo, Vanesa y Sergio también estaban desesperados, permanecían junto al teléfono día y noche, esperando ansiosos alguna noticia sobre Raquel.
Vanesa pasaba los días llorando, consumida por el remordimiento: -Todo es nuestra culpa, fuimos nosotros quienes alejamos a Raquel. Si hubiéramos descubierto antes las maquinaciones de Felisa, si hubiéramos sido más amables con Raquel, ella nunca nos habría dejado.
El rostro de Gonzalo estaba lleno de arrepentimiento, su espalda parecía más encorvada de la noche a la mañana. La energía que solía tener había desaparecido, quedando solo un anciano preocupado por su hija.
Sergio, por su parte, andaba como una mosca sin cabeza, preguntando a todos si habían visto a Raquel, pero siempre recibía respuestas desalentadoras.
A medida que el tiempo pasaba, la ansiedad de todos aumentaba, casi al borde de la desesperación.
Ciro decidió ampliar el área de búsqueda: si no podía encontrarla en la ciudad, la buscaría en todo el país, y si no la hallaba allí, lo haría alrededor del mundo.
Gonzalo y Vanesa llenaron las calles cón fotos de Raquel, esperando que algún buen samaritano pudiera ofrecer alguna pista.
Sergio también publicó innumerables mensajes en línea sobre la desaparición de Raquel, detallando sus características físicas y la situación de su desaparición, pero todo fue en
vano.
Un día, un detective privado llamó diciendo que había visto a una chica parecida a Raquel en un pequeño pueblo lejano.
Ciro se subió al carro inmediatamente, su corazón latía con fuerza, lleno tanto de esperanza como de temor a una nueva decepción.
Al llegar al pueblo y seguir la dirección que el detective había proporcionado, descubrió que todo había sido un error..
La chica solo tenía un parecido de espaldas con Raquel; al girarse, el corazón de Ciro se hundió de nuevo.
Al regresar a casa, los Lacayo vieron su expresión abatida, y la última chispa de
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esperanza que tenían se extinguió.
Vanesa se desplomó en el suelo, llorando desconsolada.
Gonzalo se sentó en silencio a un lado, con las manos en la cabeza, mientras las lágrimas caían entre sus dedos.
Sergio, lleno de ira, golpeó la pared con el puño, dejándolo sangrar. Gritó con desesperación: -Raquel, ¿dónde estás? ¿Por qué nos castigas así?
Justo cuando estaban a punto de rendirse, Ciro recordó que Raquel había mencionado alguna vez que su mayor sueño era vivir en un lugar apartado del mundo, pintando en
paz.
Una idea cruzó su mente: ¿y si había ido a una isla remota?
Ciro se llenó de nueva energía y comenzó a investigar islas aisladas. Tras una búsqueda ardua, encontró pistas en una isla lejana.
Sin perder tiempo, partió con los Lacayo hacia esa isla.
Al llegar, la belleza y tranquilidad del lugar les llenó de esperanza.
Buscaron por toda la isla la figura de Raquel, y el corazón de Ciro latía tan fuerte que podía escucharlo en sus oídos, mientras sus manos sudaban de nerviosismo.
Finalmente, bajo unas palmeras, vieron una silueta familiar.
Esa figura estaba absorta en su pintura, como si el mundo alrededor no existiera.
Ciro se acercó lentamente y, con la voz temblorosa, llamó: -Raquel…
El cuerpo de Raquel se tensó un poco al escuchar su nombre. Giró lentamente y al ver a los Lacayo y a Ciro, un destello de sorpresa cruzó por sus ojos, aunque pronto volvió a
su calma habitual.
-¿Qué hacen aquí? –preguntó con una voz suave, que resonó claramente en la tranquilidad de la isla.
Vanesa no pudo contenerse más, corrió hacia Raquel y la abrazó fuerte, llorando: -Raquel, lo siento mucho, me equivoqué. Te hemos buscado con tanto desespero.
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