Capítulo 1
Después de su renacimiento, lo primero que hizo Raquel Lacayo fue gastar cincuenta mil millones en comprar una isla completamente aislada del mundo.
El encargado de tramitar la compra estaba asombrado. Después de todo, esa isla no era famosa en el mundo, nadie la conocía y ni siquiera figuraba en los mapas, lo que la hacía prácticamente inexistente para el mundo exterior.
-Señorita Lacayo, ¿está segura de que quiere comprar esta isla? Si decide vivir allí, será difícil comunicarse con el exterior.
Raquel asintió, su tono reflejaba una sensación de liberación.
-Precisamente eso es lo que quiero, que nadie pueda contactarme.
El hombre se quedó un poco perplejo, encontrando extraño su deseo. Sin embargo, por profesionalismo, no hizo más preguntas y se limitó a explicarle detalladamente el proceso de compra y cuándo podría mudarse a la isla.
Al enterarse de que el proceso tomaría solo unos días, Raquel se sintió aliviada. Pagó con su tarjeta y se dio la vuelta para irse.
Miró hacia el cielo azul sobre su cabeza y dejó escapar un suspiro de alivio.
El dinero para comprar la isla provenía del dote que Ciro Gómez le había dado.
Ciro, siendo el hombre más rico de Maristela, siempre había sido generoso. Así que el dote ascendía a cincuenta mil millones.
En su vida anterior, nunca tuvo la oportunidad de gastar ese dinero antes de morir.
Esta vez, había renacido justo después de su compromiso.
Con una nueva oportunidad de vida, lo primero que aprendió fue a no descuidarse.
Caminaba por la calle cuando un Maybach negro se detuvo bruscamente frente a ella. La puerta se abrió y Ciro, con sus largas piernas, se apresuró hacia ella.
Siempre tan sereno y controlado, en ese momento parecía un poco agitado. Sus ojos, habitualmente severos, mostraban una preocupación inusual.
Era la primera vez que lo veía después de renacer, y sin poder evitarlo, llamó por su apodo.
-Tío…
Pero Ciro ni siquiera la miró atentamente, solo la agarró de la mano y la arrastró hacia el
carro.
-Raquel, ven conmigo rápido.
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Raquel cayó en el asiento trasero, golpeándose la cabeza con un sonido sordo.
Ciro miraba la pantalla de su celular sin notar el golpe que ella había recibido.
El carro aceleró hasta detenerse en la entrada de un hospital.
Antes de que el carro se detuviera por completo, él ya la estaba llevando apresuradamente hacia la sala de transfusiones.
Fue hasta que estuvo sentada frente a la enfermera, viendo la aguja introducirse en su vena, que escuchó la explicación de Ciro.
-Felisa se cayó por las escaleras y no deja de sangrar. Esta vez no será mucha sangre,
no te preocupes.
No tuvo tiempo de responder antes de que un bofetón la recibiera de lleno.
-¡Maldita mocosa! ¿Dónde te habías metido? ¿No te dije que siempre debías estar al lado
de tu hermana?
El dolor en su mejilla era como fuego, haciéndole arder los ojos de inmediato.
Levantó la vista para ver a su madre furiosa, sin poder decir una palabra.
Su padre abrazaba a su madre, pero la mirada que le dirigía también estaba llena de ira.
¿Acaso quieres que nos preocupemos más? ¡Si algo le pasa a Felisa, te juro que te haré pagar!
Su hermano, Sergio Lacayo, ni siquiera se dignó a mirarla.
-Yo digo que deberíamos atarla con una cuerda para que no ande escapándose por ahí.
Así era su familia. Por su hermana, eran capaces de desollarla viva solo porque había desaparecido una hora.
Incluso Ciro, quien parecía el único que la apoyaba, solo expresó preocupación por Felisa Lacayo.
-Dejen de gritar, no interrumpan la transfusión de Felisa.
A nadie le importaba Raquel; no era más que un banco de sangre para Felisa.
La razón de su existencia era que Felisa había nacido con hemofilia, un trastorno grave de coagulación que requería transfusiones regulares.
Sus padres decidieron tenerla para ser un banco de sangre viviente.
Incluso sus nombres eran un reflejo de la indiferencia de sus padres. Felisa, un nombre lleno de paz y serenidad, mientras que Raquel parecía un nombre escogido al azar.
Desde pequeña, fue un banco de sangre, con las muñecas llenas de marcas de agujas.
Nadie la amaba; sus padres solo la veían como una herramienta, y su hermano solo tenía
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ojos para Felisa.
Solo una persona era buena con ella, y ese era Ciro.
Las familias Gómez y Lacayo eran amigas desde siempre. Aunque Ciro solo era seis años mayor que Felisa, por cuestión de jerarquia, ella tenía que llamarlo tlo.
Creció en esa familia donde fue ignorada, y naturalmente se enamoró del único que le brindaba calor y afecto: Ciro.
Le confesó sus sentimientos y, aunque él se mostró sorprendido y no particularmente feliz, aceptó su amor y prometió casarse con ella,
Dios sabe cuán feliz fue ella en ese momento, pensando que el hombre que amaba
también la amaba,
Creyó que toda su suerte en la vida se había concentrado en ganar el amor de Ciro,
Así que, aunque sus padres y hermano no se preocuparan por ella, no le importaba.
Pero más tarde descubrió que el verdadero amor de Ciro siempre había sido Felisa,
Él estaba dispuesto a casarse con ella solo para asegurarse de que, si se casaba con otro, no dejara de donar sangre a Felisa, poniendo en riesgo su vida.
Ciro amaba tanto a Felisa que estaba dispuesto a sacrificar su vida por su bienestar
Ella, como una tonta, vivía engañada, feliz con la idea de convertirse en la esposa de Ciro, Qué ridículo, qué absurdo,
La puerta de la sala de emergencias se abrió y Felisa salió rodeada de enfermeras,
Gonzalo, Vanesa y Sergio Lacayo, junto con Ciro, la dejaron de lado y se apresuraron a
atender a Felisa.
Viéndolos preocuparse y atenderla con tanto esmero, Raquel solo sintió repulsión.
Se rio para sí misma, conteniendo el mareo que sentía, arremangó su camisa y se levantó para irse.
Fuera del hospital, miró por última vez el resplandeciente anillo de compromiso en su dedo y, sin dudarlo, lo arrojó a un bote de basura,
En esta nueva vida, no imploraría más el amor de sus padres, ni se aferraria al cariño de Ciro como si fuera su única salvación.
En esta vida, no necesitaria a nadie.
Si todos amaban a Felisa y nadie a Raquel, entonces ella se amaria a sí misma