La voz de Pamela se mantenia serena, tan tranquila que ni siquiera parecia importarle que le arrebataran el derecho a ser madre, algo que para cualquier mujer seria fundamental.
Habia hecho todo lo que estaba en sus manos, y lo demás lo dejaba en manos de Dios.
Para ella, cuántos dias le quedaban ya era una incógnita. Tener o no hijos, en ese punto, ya no era relevante.
El especialista entendió a la perfección el estado de ánimo de Pamela y le pregunto:
-¿Y cuando piensas empezar la quimioterapia? Mi consejo es que no lo dejen pasar más de tres meses.
Pamela apretó los dedos, sintiendo la tensión en las manos.
-Está bien–respondió-, Voy a organizar todo lo que tengo pendiente lo antes posible.
Al final, Pamela y el médico acordaron un tratamiento temporal y conservador,
Primero empezarian con radioterapia.
Le recetaron un medicamento especial importado, que debla tomar para frenar al máximo la propagación de las células
cancerosas
Con la receta en la mano, Pamela no fue de inmediato a buscar el medicamento. En vez de eso, cambió de rumbo y se dirigió al asilo que quedaba justo detrás del hospital.
Por más serena y tranquila que pudiera aparentar, al enfrentarse de verdad a la muerte, Pamela se sentia como una niña perdida, buscando refugio de manera casi instintiva.
De repente, le nació la necesidad de ver a su tio.
La habitación de Julen quedaba en el piso doce. Cuando Pamela llegó, no había nadie dentro.
Le preguntó a la enfermera de recepción, quien le explicó que su tio estaba recibiendo quimioterapia.
Pamela se dirigio entonces al área de quimioterapia.
Al avisar a la persona que acompañaba a su tío, escuchó de pronto un gemido ahogado proveniente del interior del cuarto. Poco a poco, los lamentos se volvieron más intensos y dificiles de soportar,
Ese tio suyo, siempre tan tranquilo, tan lleno de vida y serenidad, en ese instante se veia completamente vulnerable, sin fuerzas
Pamela sintió cómo el frio se le metia hasta los huesos.
Salid casi huyendo de ahí.
No volvió a detenerse hasta que vio a una enfermera empujando a Julen de regreso a la habitación.
El semblante de su tio era pálido y marchito; los efectos de la quimioterapia lo tenian devastado. Apenas y podia contener las arcadas, como si estuviera a punto de devolver solo bilis
Pamela no tuvo fuerza para entrar a la habitación.
Se quedó sentada en el pasillo por largo rato, pensando si, después de su propia quimioterapia, terminaria igual que su tio. Con el corazón impregnado de una desesperanza que la adormecia, Pamela se puso de pie y se fue
Se dingió a la farmacia para recoger sus medicamentos
Pero justo al pasar por el vestibulo del primer piso, escuchó una voz que le resultaba familiar
→Sofi, cómo es que te resfriaste asi de repentel Mira que me preocupas un montón.
Pamela giró la cabeza para ver.
Alli, en una banca, Soraya le tocaba la frente a Dana, tan ansiosa que los ojos se le hablan puesto rojos de la angustia
Dana esbozó una sonrisa:
-No es para tanto, Sora, colo es un resfriado. No te preocupes tanto
-Eres mi cuñada. Si tú te enfermas, yo también me siento mal. Escuché que mi herm
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CONILO 25
noche pasada, ¿verdad?-Soltó Soraya, con una expresión traviesa en el rostro.
Dana se quedó un poco sorprendida, después bajó la cabeza con una sonrisa y no dijo nada más.
Eso bastaba como respuesta.
A su lado, Ginés revisaba una hoja con indicaciones médicas, acompañando a Dana con la atención y el cariño que solo se ven en una familia de verdad.
Pamela bajo la mirada hacia la bolsa repleta de medicamentos contra el cáncer que llevaba en la mano.
De pronto, no supo qué sentir
hay
Mira, cuñada, lo bien que te cuido. Te traje un poco de arroz con leche y pan dulce, porque cuando uno se enferma h que comer algo suave. Pruébalo–dijo Soraya, sacando de su bolso un termo elegante.
Abrió el termo como si estuviera mostrando su mayor tesoro y se lo ofreció a Dana–Si te gusta, la próxima vez te preparo mas y te lo traigo
Pamela no pudo evitar fijarse en aquel termo.
Lo reconoció de inmediato: era el mismo que ella había usado esa mañana para llevarle la comida a la abuelita.
Se quedó mirando la escena, sin entender por qué el termo de la abuelita estaba ahora en manos de Dana.
Sin querer, buscó la mirada de Ginés.
Ginés, como si nada, observaba cómo Soraya le servia el arroz a Dana y acomodaba el pan dulce. Pamela habia preparado esa comida para él tantas veces en los últimos tres años, que no podia no reconocerlo.
En el rostro impecable de Ginés no se asomó ni una pizca de sorpresa,
Pamela apretó aún más los dedos alrededor de la bolsa; el viento helado que entraba por la puerta principal del hospital recorrió cada rincon de su cuerpo.
Se dio la vuelta y se fue.
Justo al apartar la mirada, Ginés pareció notarlo, y giró la cabeza. Vio esa silueta tan conocida alejándose por el vestibulo. Pamela llegó al estacionamiento agotada, como si hubiera cruzado un desierto.
Se apoyó contra la puerta del carro, intentando recuperar algo
de fuerzas.
Ya estaba por abrir la puerta para subirse, cuando sintió que una mano cálida le sujetaba la muñeca. Una voz masculina, profunda y cortante, le llegó al oido.
-Pamela, ¿este es tu informe médico?
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Capitulo 26