Capítulo 8
Marta rodeó a Nerea con un brazo, acercándola con cariño. Nerea, sin apartar la mirada de Esther, tenía en los ojos esa mezcla de rechazo y extrañeza que parecía desgarrarla por dentro.
-Mami, yo me la paso increíble con la señorita Marta y papá. Los tres juntos nos divertimos mucho. ¿Por qué siempre tienes que molestar a la señorita Marta y tratarla mal? Ojalá la señorita Marta fuera mi mamá, ella sí es más buena y cariñosa que tú.
Pablo sostuvo a Marta a su lado. Al ver el vestido de novia, sintió una punzada de culpa y compasión hacia Esther.
Pero al levantar la vista y ver la expresión desafiante y tranquila de Esther, el rostro de Pablo se tensó.
En sus recuerdos, Esther siempre había sido una mujer amable y dedicada; en todos estos años de matrimonio, jamás la había visto levantar la voz ni perder la compostura con nadie.
Ahora Marta solo tenía un año más de vida. ¿Por qué Esther tenía que ser tan implacable? -Pide disculpas.
Apenas dijo eso, hasta Lía se quedó helada.
¿Se le había ido la cabeza al señor Córdoba? ¿De verdad le estaba hablando así a la
señora Córdoba?
Esther tambaleó, pero Lía la sostuvo a tiempo.
-La que debería disculparse es ella, ¿no crees? Se llevó el collar de mi mamá sin permiso, se puso mi vestido de novia, y ahora tanto mi esposo como mi hija están de su lado. Pablo, ¿te parece justo pedirme a mí que me disculpe?
En el acta de matrimonio decía que su esposa legítima era Esther. Qué ironía, pensar que ahora le pedían a la esposa que se disculpara con la amante.
-Esther, hoy sí que te pasaste. Marta no se robó el collar de tu mamá. Lo del vestido, lo voy a investigar.
Pablo levantó a Marta en brazos.
Pero, por alguna razón, Marta tropezó de nuevo. El vestido de novia, ese que valía millones y estaba cubierto de diamantes, de pronto se rasgó.
Los diamantes resplandecientes rodaron por el suelo, lanzando destellos que lastimaban los ojos de Esther. Cada piedra en el piso era como una cuchillada invisible que le abría heridas sangrantes en el corazón.
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15:59)
-Perdón, de verdad lo siento, Esther. Yo no quería romperlo.
Los ojos de Marta se llenaron de lágrimas; parecía una venadita asustada, y aunque le pedía disculpas a Esther, en realidad sus ojos buscaban la aprobación de Pablo,
-Te llevo arriba, hace frío, te puedes enfermar
Pablo protegió a Marta entre sus brazos. Miró rápidamente los diamantes esparcidos, su mirada opaca y distante.
-Es solo un vestido, no pasa nada.
Ese comentario cayó como un trueno en la sala,
Esther seguía de pie, erguida, aunque el suelo radiante hacía que la casa estuviera tan calurosa que cualquiera podría andar en manga corta, Sin embargo, por dentro, sentía que se hundía en un abismo helado, como sí le hubieran arrancado el alma.
Habían sido seis meses de bocetos, de sueños y cariño. Miles de artesanos cosieron a mano decenas de miles de diamantes en ese vestido, solo para que ella pudiera guardarlo como recuerdo al tomarse una foto con Pablo,
Ese vestido era el trabajo de toda su vida, Pablo había pagado los gastos de fabricación.
Él le había dicho: Esther, has estado a mi lado todo este tiempo, le diste una hija a la familia Córdoba. Gracias por tu esfuerzo. Quiero que seas la mujer más feliz del mundo,
Ahora, el brillo de los diamantes solo resaltaba lo pálida que estaba, Las palabras “la mujer más feliz” se le clavaron como una burla,
Lía la miraba preocupada y apenas pudo balbucear:
-Señora…
Pero la voz se le quebró y ya no pudo hablar.
Pablo subió con Marta en brazos. Nerea los siguió, y al pasar por encima de los diamantes, los pateó con desprecio, apartándolos del camino.
La empleada de Marta, que antes había sido humillada, ahora se sentía superior porque su patrona tenía el respaldo del jefe de familia.
-Bah, ¿esa era la verdadera señora Córdoba? Al final, solo es una mujer abandonada.
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