Capítulo 7
La sirvienta que había salido para avisar a Pablo fue traída de vuelta a la fuerza.
-¿Qué están haciendo? Esta es la casa del señor Córdoba y la señora Córdoba -protestó, con el rostro pálido.
Lía levantó la mano y le dio una bofetada, obligándola a callar.
-La verdadera señora Córdoba está aquí frente a ti. ¿De dónde sacaste a otra señora Córdoba?
Esther, al ver que Marta seguía sin intención de quitarse el vestido de novia, movió un dedo con elegancia y señaló a Marta.
-Sujétenla.
Al fin, la expresión tranquila de Marta se quebró, dejando ver una dureza inesperada.
-No tienes derecho a hacer esto. Si ya no te quiere, venir aquí a armar escándalo no servirá de nada. El amor y el desamor quedaron claros hace seis años. Si Pablo se entera de cómo me tratas, seguro te pide el divorcio.
Esther ni siquiera parpadeó. Los guardaespaldas no dudaron; en un abrir y cerrar de ojos, ya tenían a Marta inmovilizada en el suelo. No le harían daño, porque Esther quería encargarse personalmente.
Lía también se arremangó, furiosa ante la arrogancia de Marta. ¿Quién le daba derecho a actuar así?
La casa era un caos. Marta no podía móverse, pero en su mirada brillaba una mezcla de terquedad y triunfo.
-Esther, das lástima -le soltó Marta, con voz quebrada.
De pronto, un grito retumbó en el vestíbulo.
-¡Detente! ¿Qué estás haciendo?
En la entrada apareció Pablo, seguido de Nerea.
Había llegado por fin.
Cuando Pablo salió y no vio su carro, ya presentía que algo andaba mal. No tenía idea de cómo Esther había dado con ese lugar, pero ya no podía ocultar la verdad.
Al ver a Marta tirada en el suelo, Nerea corrió hacia ella y empujó a Esther con todas sus fuerzas.
-¡No te metas con la señora Barahona! Mamá, eres una mala persona.
El empujón hizo que Esther perdiera el equilibrio y cayera contra la mesa de centro,
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Capítulo 7
golpeándose la frente. De inmediato, la sangre empezó a brotarle por una herida en la ceja.
A pesar de ser solo una niña, Nerea había empujado con tal fuerza que Esther no tuvo tiempo de reaccionar.
-Pablo, Nere… -llamó Marta, y al verlos, las lágrimas le rodaron por el rostro.
-Vi tu carro y pensé que eras tú, pero Esther entró como loca y quiso obligarme a quitarme el vestido. Hasta lo rompió.
Pablo, con la mirada aún cargada de enojo, se detuvo al ver el vestido de novia en Marta. Su expresión cambió de golpe. ¿Por qué Marta tenía ese vestido?
-Señora, está sangrando -exclamó Lía, asustada, y corrió a presionar la herida en la frente de Esther con un pañuelo.
Esther se quedó quieta, con la mirada vacía, observando a Pablo, Nerea y la mujer a quien todos protegían. Por dentro, sentía que todo se había terminado.
-Pablo, ¿le diste mi vestido de novia a esa mujer? ¿Cuántas cosas más me has estado ocultando?
Pablo no le contestó. Se acercó mirando la herida de Esther, pero Marta se le adelantó, levantándose tambaleante y cayendo en sus brazos, con el rostro encendido y las manos temblorosas mientras intentaba quitarse el vestido.
-La culpa es mía. No debí ponerme este vestido, pero te juro que no lo sabía. Pablo, mejor se lo devuelvo a la señorita Lagos -balbuceó Marta, apenada.
Pablo, que había querido revisar la herida de Lía, no pudo soltarse de Marta.
-¡Todos dejen de mirar! ¡Fuera de aquí! -espetó Pablo, quitándose la chaqueta y
cubriendo los hombros de Marta, mientras ordenaba a los guardaespaldas de Esther que
se marcharan.
Nadie se atrevió a desobedecer.
-Pablo, no te enojes, la culpa no es de la señorita Lagos. El vestido lo trajo la tienda, dijeron que tú lo habías encargado.
-Señorita Lagos, ya estoy muy enferma, Pablo prometió cumplir todos mis deseos antes de que me muera. Entre nosotros no hay nada.
-No quiero que mi situación afecte tu matrimonio. Yo misma buscaré la forma de arreglar el vestido que se rompió,
-Solo les pido que no discutan por mi culpa. Nere está aquí y sigue siendo una niña, no la asusten.
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