Capítulo 6
La casa era idéntica a la de Esther y Pablo, cada detalle perfectamente copiado.
Entraron al recibidor. La sala tenía un techo altísimo, casi de seis metros, y un gigantesco candelabro de cristal colgaba como una cascada de luz desde lo alto. Todo alrededor había ventanales que iban del piso al techo, permitiendo ver el césped exterior, ahora cubierto por una gruesa capa de nieve que no había dejado de caer en los últimos días.
-¿Pablo? ¿Eres tú el que regresó?
Desde la escalera de caracol bajó Marta, enfundada en un vestido de novia. El vestido, cubierto con decenas de miles de cristales relucientes, brillaba con cada uno de sus pasos.
Al ver a Marta, Lía se quedó pasmada. Ese vestido de novia no era otro que…
Aunque Esther ya lo sospechaba, verla usando el vestido que había preparado con tanto esmero durante casi un año la hizo perder la compostura por dentro.
Marta había visto llegar el carro de Pablo desde el segundo piso, pero jamás imaginó que la que bajaría sería Esther. Cuando sus miradas se cruzaron, Marta sintió que el suelo se le iba y terminó rodando escaleras abajo.
Justo en ese momento, la empleada que acababa de terminar de quitar la nieve del jardín entró y, al ver la escena, se llenó de pánico.
-¡señora Córdoba!
Esther, con la mirada baja y una sonrisa sarcástica, murmuró:
-¿Señora Córdoba?
Marta terminó al pie de Esther, hecha un desastre. Lía bloqueó a la empleada antes de que se acercara más.
¿A quién le acabas de decir señora Córdoba?
Además de Lía, Esther había traído más gente. Unos guardaespaldas vestidos de negro se colocaron tras ella, imponiendo con su sola presencia.
La empleada, aterrorizada, no entendía nada de lo que pasaba.
Marta, tras varios intentos torpes y vergonzosos, consiguió ponerse de pie. Esther la observó de arriba abajo: llena de vida, con la piel colorada y las mejillas rosadas, nada que ver con alguien al borde de la muerte. El vestido, que era de la talla de Esther, la hacía ver hinchada y desproporcionada; ni en estatura ni en figura lograba igualar a Esther.
Lía no pudo evitar preguntarse cómo había logrado esa mujer meterse en ese vestido tan ajustado.
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Capítulo 6
-Esther…
Marta se notaba incómoda, mientras Esther echaba un vistazo alrededor, confirmando que todo, hasta los adornos, era igual a su casa.
Con elegancia y seguridad, Esther fue directo al sofá color café, se sentó y levantó la barbilla, irradiando dignidad y confianza.
-Quítatelo.
Marta, viendo que Esther no decía nada más y parecía tranquila, se fue sintiendo cada vez más confiada. Sin embargo, en cuanto Esther abrió la boca, la dejó sin palabras.
-Ese vestido me lo regaló Pablo.
Marta arrugó la frente, molesta. No pensaba quitarse el vestido frente a tantos hombres. ¿Qué pretendía Esther?
Lía, que observaba la escena, tenía el rostro encendido de rabia.
-¡Qué descaro! Ese vestido se lo regaló el señor Córdoba a la señora Córdoba. ¿Cómo que te lo regaló a ti? ¿Acaso eres la señora Córdoba? Solo porque mandas a la empleada a que te llame así, ¿ya te crees con derecho? La señora Córdoba y el señor Córdoba tienen acta de matrimonio, ¿quieres que te la enseñe?
Lía tenía más ganas que Esther de darle una bofetada a Marta.
-Esther, esta es mi casa. Si sigues entrando sin permiso, voy a llamar a la policía.
Marta, sintiéndose respaldada por Pablo, le lanzó una mirada desdeñosa a Esther.
-Y dime, ¿por qué andas en el carro de Pablo?
Esther la miró fijamente. En vez de verse afectada, soltó una carcajada.
-Ese carro también es mío. ¿No sabías que todo lo que se compra durante el matrimonio es de los dos? O dime, ¿esta casa te la compró Pablo? ¿Entiendes lo que significa bienes
mancomunados?
Marta se quedó sin palabras.
La mirada de Esther volvió al vestido de novia que Marta traía encima. Con voz serena, soltó:
-¿Te lo quitas tú o prefieres que lo hagan por ti?
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