Capítulo 5
En la chimenea de la casa de campo, la leña crepitaba con fuerza,
Esther sostenía una copa de vino tinto, la movía despacio, y de vez en cuando la acercaba a los labios para tomar un sorbo,
Florencia, intentando no hacer ruido, le marcó a Lía:
[Lía, ven rápido a ver a la señora. Apenas amaneció y ya está tomando.]
Dos copas más tarde, el vino recorría la garganta de Esther como hielo. Sentía el pecho aún más helado.
Acababa de llamar a la tienda de vestidos de novia.
Se suponía que ese día, en la mañana de su aniversario, le llevarían el vestido, en la noche, ella lo usaría para tomarse fotos con Pablo en el estudio, como un recuerdo especial,
Pero las cosas nunca salen como uno espera. Pablo la había dejado plantada y, para colmo, ella misma olvidó el asunto del vestido.
¿Y el resultado?
[Señora Córdoba, ya entregamos el vestido. ¿No lo recibió?]
La respuesta la dejó perpleja. ¿Cuándo llegó ese vestido?
[¿A dónde lo entregaron?]
[A Villa Pinar Dorado, así nos lo indicó el señor Córdoba.]
La copa se le resbaló de las manos, derramando el víno escarlata sobre la alfombra blanca. La mancha se extendió como una flor sangrienta, brutal, igual que la herida que sentía en el corazón.
Villa Pinar Dorado.
El escondite dorado de Pablo, el rincón donde ocultaba a su amante.
Marta llevaba seis años viviendo allí. Pablo pensaba que Esther no lo sabía.
Pero ella siempre había seguido el consejo de los mayores,
Antes de casarse, mira bien con quién te casas; después, hazte de la vista gorda.
Pensaba que mientras Pablo la tratara bien a ella y a su hija, lo demás no importaba. Las aventuras, los engaños, eran cosas de hombres, o al menos así le decían.
El viejo de la familia también le había advertido: “Es normal que un hombre tenga alguna otra mujer”
1/3
Capitulo 5
Ella, siempre la señora Córdoba, la única, la insustituible.
Hasta que…
Pablo le dio a su primer amor las pertenencias de la mamá de Esther, compró el cariño de su hija con regalos, y ahora hasta el vestido del aniversario se lo entregó a la otra.
Ya ni cerrando los ojos podía ignorar lo que pasaba.
Lía entró a la sala acompañada por Florencia. A los pies de Esther, tres botellas vacías de
vino tinto. La copa rodaba por la alfombra, que ya tenía varias manchas de vino, un
desastre total.
Esther, recostada en el diván, tenía la mirada perdida, entre la lucidez y el desvarío.
Lía percibió el fuerte aroma a vino que la envolvía.
Apenas tres meses antes, Esther vivía encerrada en su mundo, concentrada solo en su papel de señora Córdoba. De pronto, contrató a una joven secretaria.
Lía nunca creyó en los rumores que decían que la señora Córdoba era solo una cara
bonita.
Pero recordaba la vez que intentó quitarse la vida. En esos ojos brillaba la misma desesperación que ahora.
-Señora…
Lía la llamó con dulzura. Esther levantó la mirada y la manta que llevaba encima se
deslizó hasta el suelo.
-Qué bueno que llegaste -murmuró Esther-. Acompáñame, tengo que ir a un lugar.
Intentó ayudarla a levantarse, pero Esther la apartó con la mano.
-No estoy borracha.
Se puso un abrigo de piel carísimo, y la energía que desprendía era filosa, como una hoja afilada.
Nada que ver con la esposa sumisa que esperaba a Pablo en casa. Era otra mujer.
Villa Pinar Dorado estaba lejos del centro de la ciudad.
Lía condujo durante hora y media hasta llegar.
La casa de campo, rodeada de árboles y junto à un lago, era el lugar perfecto para aislarse, lejos del ruido y la gente. Un verdadero refugio.
Cuanto más se acercaban, más familiar le parecía a Esther el entorno.
973
15.58
Capitulo 51
Dos años antes, había visitado el lugar por casualidad. Le pareció tan bonito que pensó
en mudarse allí con su familia.
Pero Pablo se negó, diciendo que quedaba demasiado lejos de su trabajo.
Ahora sabía la verdad: Marta vivía allí y Pablo siempre encontraba la manera de visitarla. Cuando un hombre quiere, el tiempo y la distancia no importan; cuando no, cualquier pretexto es suficiente.
Cuando la imponente casa de tres pisos de estilo clásico apareció ante ellas, Esther pensó que estaba soñando.
No era la única. Lía, que ya había bajado del carro para abrirle la puerta, también se quedó de piedra.
15:59