Capítulo 31
Al día siguiente, Esther llevó a varias personas a la casa de Pablo para recoger sus
cosas.
Florencia también se levantó temprano y, tras dejar todo en orden y pasarle las tareas a Sabrina -otra de las empleadas-, se fue con Esther sin titubear.
Sabrina, al ver que la señora empacaba y se iba, supo que las cosas no pintaban bien. Pensó en llamar al patrón para avisarle, pero temía que la tacharan de chismosa.
Al final reflexionó: si la señora se va, el señor seguramente está enterado. Y si no lo estuviera, ya habría regresado a detenerla.
Qué lástima por esta pareja, parecían hechos el uno para el otro. Además, tienen una niña de cinco años… Estos jóvenes de ahora, ¿por qué todo lo resuelven así de fácil? Ni hablar.
Hotel Aurora de Oro
Esther y Valentina Castell estaban sentadas frente a frente. Valentina la miraba sin entender, con los ojos entrecerrados.
-Señora Córdoba, ¿de verdad quiere rehacer el acuerdo de divorcio?
Nunca había visto a una mujer que, al enterarse de la infidelidad de su esposo y pedir el divorcio, también renunciara de manera voluntaria a todos los bienes.
Para Valentina, solo había dos tipos de mujeres capaces de tomar esa decisión: o son muy poderosas y el dinero del marido les resulta insignificante, o de plano no miden las consecuencias.
-Sí–respondió Esther, dejando la taza sobre el plato con suma calma, su voz tan serena como si hablara del clima.
El contrato que le había dado el papá de Pablo, con el 50% de acciones de la empresa y los dividendos, ya lo había quemado. Disputar por bienes que no quería no tenía sentido. No era lo suyo.
En su familia, los Lagos, alguna vez tuvieron más fortuna que los Córdoba. Esther solo pensaba en recuperar de manos de Ramón lo que le pertenecía a su abuelo y a su mamá. Eso era lo que importaba, lo suyo, lo de ella y su familia.
Lo de Pablo… él ya no la amaba. Ese treinta por ciento de las acciones y el millón anual para gastos estaban de más. Esther lo veía claro: él no quería dárselo.
Así que, mejor, prefería soltarlo todo. Dejarlo ir sin pelear.
-Señora Córdoba, la verdad es que me sorprende mucho. Cuando el marido tiene algo de
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patrimonio, normalmente la esposa pelea hasta el último peso. Pero usted…
La abogada Castell tenía como trabajo pelear por los derechos de sus clientas, pero nunca se había topado con alguien que no quisiera nada.
-La verdad, señora Córdoba, no hace falta gastar en abogados. Si usted propone irse sin nada, su esposo no la va a poner en aprietos.
Esther sonrió apenas, girando con delicadeza la cucharita en su café. El líquido oscuro sabia amargo como medicina, pero a ella parecía encantarle.
-Más vale prevenir -comentó con voz tranquila.
En ese momento, desde la planta baja llegó la risa alegre de una niña. Esther reconoció la voz enseguida.
-Señorita Marta, ¡pruébelo! Mi papá dice que aquí el pato asado es el más rico de todos. La otra vez le pedí a mi mamá que trajera pato asado desde Nueva Arcadia, pero no sé si está tan bueno como el de aquí. Pero mire, si lo prueba, no le diga nada a mi mamá,
porque seguro se va a enojar.
Era Nerea, su hija.
-Gracias, Nere. Lo que te trajo tu mamá guárdalo para ti. Si la señora quiere comer, tu papá puede comprarle, ¿verdad?
Marta miró a Pablo con ternura. A pesar de que hacía poco la habían operado del estómago por cáncer, se veía muy bien.
Era obvio que la habían cuidado con esmero: su piel lucía tersa, el semblante radiante, y una sonrisa de felicidad iluminaba su cara.
Nerea volteó hacia Pablo.
-¿Papá?
Pablo le acarició la cabeza con cariño.
-La señorita Marta acaba de salir de una operación, no puede comer cualquier cosa. Si tienes antojo de algo, yo te lo pido. Hoy solo vinimos a distraer a la señorita Marta y de paso acompañarte a que pruebes cosas ricas.
Justo en ese momento, varios jóvenes pasaron cerca de ellos. De pronto, uno de los chicos se detuvo al ver a Marta. Se quedó tan pasmado mirándola que Pablo también lo notó y frunció el ceño.
-¿Ocurre algo?
El joven, emocionado y algo inseguro, preguntó con voz queda pero clara:
-¿Disculpe, usted es la señorita Marta?
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Capitulo 31
Su pregunta fue lo suficientemente fuerte como para que sus amigos se voltearan a
mirar.
¿Acaso escucharon bien? ¿Marta?
¿La famosa Marta, la científica reconocida de Stanford? ¿Esa misma que había sido de las pocas mujeres piloto en el Autódromo La Curva del Sol? Cuentan que durante sus años en el extranjero recibió ofertas de varias empresas europeas de renombre, y que era una de las pocas ingenieras mecánicas con su propio equipo profesional.
En los últimos años, Marta se volvió una leyenda en el mundo del automovilismo, aunque el último año desapareció del ojo público. Se rumoraba que estaba enferma de gravedad…
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