Capítulo 3
Esther pasó la noche entera sentada, viendo cómo la última chispa en el fuego del hogar se apagaba poco a poco. Pablo no regresó.
Tomó el teléfono y marcó a Lía.-
-Llévame al hospital.
Era pleno invierno y la noche anterior había nevado sin parar. Los árboles a ambos lados de la calle lucían cubiertos de escarcha, y el aire helado calaba hasta los huesos.
Esther se sentó junto a la cama del abuelo, pelando una manzana con el cuchillo de frutas, las yemas de sus dedos apretando el mango con firmeza.
-Pablo me dijo que aceptaste tener otro hijo. Muy bien.
El abuelo la miró sonriente, las arrugas en su cara parecían llenas de alegría.
-Ajá.
Esther dejó de pelar la manzana.
-El especialista en cáncer de estómago, Andrés Galindo, llegó esta mañana. Quiero programar la cirugía cuanto antes, él solo podrá quedarse dos días en el país.
El abuelo asintió con seriedad.
-Confío en ti, Esther. Si no fuera por ti, seguro que no habríamos conseguido que viniera. La mirada de Esther era profunda, casi cortante.
-No se preocupe, abuelo. Yo me encargo de que lo atiendan bien y salga adelante.
Al día siguiente
Pablo finalmente volvió a casa, luciendo agotado, como si llevara semanas sin dormir.
Al ver a Esther, su expresión cambió al instante, pero por Marta logró contenerse.
-¿Fuiste tú quien hizo que el doctor Galindo dejara de atender a Marta?
Esther contestó sin alterarse:
-Yo traje al doctor Galindo para salvarle la vida a tu abuelo, no para que cure a todo el mundo. Si de verdad quieres ayudar a tu novia, búscalo tú mismo.
Pablo la miró fijamente, sus ojos oscuros reflejaban una tormenta interna, la furia creciendo como una ola a punto de estallar.
-¿Por qué lo hiciste? Ella está muy grave, necesita al mejor médico.
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Capitulo 3
Esther sostuvo su mirada, sus ojos hermosos se mantenían tan tranquilos que daban escalofríos.
Su tono era igual de impasible.
-Pablo, sé justo. Ella es tu mujer, no tiene nada que ver conmigo. Una mujer que me quitó al marido y todavía tiene el descaro de pedirme ayuda… ¿cómo te atreves?
Ella ya era bastante generosa por no desearle la muerte a Marta.
-Esther, Marta solo tiene un año de vida. Me dejó libre para que tú pudieras tenerme.
-O sea que nunca me amaste. Al contrario, piensas que le robé el marido a otra, ¿no?
Por fin lo dijo. Lo soltó sin rodeos: él era el hombre de Marta, no el esposo de Esther.
Entonces, ¿quién era el que durante seis años se acostó con ella, la acarició, le pidió amor cada noche? ¿Un simple acompañante?
-No seas tan cruel, Esther. Desde el principio sabías lo de ella.
La poca vida que quedaba en la expresión de Esther se desvaneció.
Fue su propia culpa. Sabía que él tenía a alguien y aun así insistió en casarse. Se lo tenía bien merecido.
Esther cerró los ojos y los volvió a abrir.
Ya no quedaba ni rastro de deseo ni de amor.
-Lee bien antes de firmar. Si lo haces, dejaré que Andrés ayude a tu querida Marta.
Pablo tomó el acuerdo de divorcio y, con cada línea que leía, su ceño se fruncía más.
-¿Quieres el treinta por ciento de Grupo Córdoba y, además, que te pague veinte millones de pesos al año como pensión?
Al llegar a la octava cláusula, el rostro de Pablo se endureció por completo.
-¿Y Nere también te la quieres quedar?
No podía creer la frialdad de Esther.
Pablo tiró el acuerdo de divórcio al suelo y lo pisó con fuerza.
Un segundo después, apretó los labios de Esther con sus dedos, casi lastimándola.
-Señora Córdoba, solo estuve unos días sin venir a casa y ya quieres divorciarte, ¿eh?
Sin importarle que los empleados pudieran pasar por la sala, Pablo la empujó contra el sofá, inmovilizándola.
Esther no se resistió como él esperaba. Se quedó inmóvil, como si fuera de madera.
Cada vez que discutían, él recurría a lo mismo.
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Capítulo 3
Pero ya no tenía sentido.
El deseo solo existía cuando había amor, y en ella solo quedaba vacío.
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