Capítulo 29
La familia Cuevas–bueno, en realidad, la casa donde Valeria Lagos vivió con Ramón–estaba ubicada en la exclusiva zona de Costa de la Libertad. Por aquí, las casas no bajaban de cien millones de pesos. Esther se mudó de la casa familiar solo después de casarse con Pablo. Tras la muerte de su madre, su papá envió todas las pertenencias de Valeria a una subasta y, después de pelearse con Ramón, Esther no volvió nunca más.
Cuando el personal de la familia Cuevas vio a Esther bajando de una camioneta negra en la entrada, el asombro se les notó en la cara.
El mayordomo, mientras ordenaba que abrieran la puerta, aprovechó para llamarle a Ramón por teléfono.
-Señorita, ¿usted aquí de regreso?
Francisco Pérez se acercó para recibirla; Esther lo reconoció al instante, era el chofer de su papá. Pasaron años desde la última vez que lo vio, y ahora ya era el mayordomo de la
casa.
Al ver la maleta a los pies de Esther, Francisco no pudo ocultar su sorpresa.
-¿El señor Cuevas ya sabe de esto?
¿Acaso Esther pensaba mudarse de nuevo a la casa? ¿No se había casado ya?
-¿Para volver a mi casa tengo que pedirle permiso a alguien?
Esther entró con Lía, su asistente, y Francisco solo pudo soltar una risita incómoda.
-No es eso, señorita, es que si me hubiera avisado, habría pasado a recogerla.
Esther le dedicó una sonrisa tranquila y no respondió.
Lía se adelantó cargando la maleta. Al subir, Esther notó que su habitación había sido limpiada y hasta tenía sábanas nuevas.
Francisco subió apresurado, pero ya era tarde para frenarlas. Esther pasó la mano por la mesa de maquillaje; ni una mota de polvo.
-Este cuarto no lo dejaron así para mí, ¿verdad?
Todo tan impecable solo podía significar una cosa: los días de señora Montes en la casa estaban contados.
-Señorita…
Francisco prefería no decir nada más. Seguramente el señor Cuevas ya estaba en
camino.
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Capitulo 29
Mientras tanto, un lujoso carro avanzaba despacio por la avenida principal. Ramón, un hombre en sus cuarenta, apretaba el celular contra la oreja, la voz firme y controlada.
-Ni modo, te va a tocar aguantar unos días. Déjame ver qué está pasando.
La voz suave de Daniela Montes se escuchó al otro lado de la línea:
-Si tu hija quiere volver, no la vas a correr. Mejor tranquiliza a tu familia, eso es lo más importante. Nosotros tenemos tiempo.
Daniela siempre sabía qué decir, y eso le encantaba a Ramón.
Ella era la mujer que más tiempo había permanecido a su lado, la que mejor lo entendía. Habían pasado juntos por muchas cosas. Daniela fue la primera, la que de verdad le dejó huella, la que no podía olvidar ni pensaba dejar ir.
Y además, los unía algo más…
-El señor Cuevas ya llegó.
El carro se detuvo con suavidad en el patio.
Francisco, al oírlo, soltó el aire como quien se quita un peso de encima.
Esther miró a Lía.
-Ayúdame a colgar toda mi ropa, porfa.
Justo cuando Esther bajaba las escaleras, Ramón entró a la sala.
-¿Ya volviste? -preguntó, arrugando el ceño-. ¿Así, tan de repente, y sin avisar?
Intentó mantener la calma, pero la expresión de Esther era idéntica a la de Valeria: altiva, inalcanzable, como si nada en el mundo pudiera tocarla.
-Gracias por tener el cuarto limpio. Desde hoy, vuelvo a vivir aquí.
A Ramón casi se le atoró la respiración.
Tenía planeada su fiesta de compromiso con Daniela para dentro de tres días. El hotel y la lista de invitados ya estaban casi listos. Pero con Esther de regreso, todos sus planes se venían abajo.
Durante años, Ramón había mantenido a Daniela lejos de los reflectores. Apenas en los últimos dos meses se había animado a llevarla a reuniones pequeñas. Daniela lo acompañaba desde que era adolescente, ocho años menor que él, y nunca lo abandonó ni en los peores momentos.
Ya cuando la vida se le hizo fácil, él se encargó de que a Daniela no le faltara nada. Ahora, con más de treinta, su piel brillaba como la de una chavita, el cuerpo bien cuidado, siempre derrochando encanto.
Ramón había pasado por muchas, pero con Daniela seguía embobado.
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Capitulo 29
-¿Y Pablo? -preguntó, sin poder evitarlo.
Desde que Esther se casó, casi no había vuelto por aquí. Padre e hija llevaban seis años
sin hablarse, ni siquiera cuando nació Nerea. Ramón ni un mensaje mandó.
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