Capítulo 28
-Je… –
Esther, de verdad, qué ingenua eres. Hasta ahora sigues creyendo en las palabras bonitas
de Pablo.
Pablo mismo se apresuró a abrirle la puerta del carro a Esther. Sostuvo su mano y la miró con una sinceridad que casi convencía:
-En la noche voy a llevar a Nere a cenar a casa.
Esther retiró su mano de la suya con un gesto seco y tomó ella misma la maleta.
-Nacho, maneja.
Pablo dio la orden y, justo cuando el carro estaba por arrancar, Esther alcanzó a ver de reojo cómo él sacaba el celular y comenzaba a marcar. ¿A quién llamaba? A esas alturas, Esther ya ni le interesaba.
Apenas cruzó la puerta, Florencia casi se pone a llorar de alegría.
-¡Señora, qué bueno que volvió!
Florencia no era una empleada cualquiera de la familia Córdoba; en realidad, Esther la había traído desde la casa de los Lagos, donde la conocía desde niña. Era la nana fiel de
toda la vida.
Al casarse con Pablo, Florencia cambió de costumbre y empezó a llamarla “señora“.
-Sí, ya llegué.
Esther subió directamente al cuarto principal, el que compartía con Pablo.
Sobre el buró estaba ese contrato de transferencia de acciones que había firmado a escondidas con el viejo Lagos. El papel seguía ahí, sin que nadie lo hubiera tocado. ¿Cuánto tiempo llevaba Pablo sin volver a esa habitación?
Esther tomó el contrato y, al bajar al primer piso, lo aventó directo al fuego del chimenea. Vio cómo las llamas devoraban el papel, tragándose todo lo que representaba…
En el sofá, Esther se dedicó media hora a preparar su currículum. En la sección de experiencia laboral, lo único que podía presumir era haber entrado al Grupo Córdoba seis años atrás y haber sido asistente de Pablo durante dos años. Fuera de eso… nada que
valiera la pena mencionar.
Se decía a sí misma “la genio de las finanzas“, pero después de seis años de poner toda su inteligencia al servicio de Pablo, ahora que quería buscar un trabajo para sobrevivir, le resultaba hasta ridículo ver que no tenía ningún logro propio.
Se quedó viendo la pantalla de la computadora cinco minutos, inmóvil, hasta que
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Capítulo 28
finalmente mandó su solicitud a cincuenta empresas. El puesto: asistente de dirección.
Terminando eso, guardó la computadora y se puso a marcar por
-Abogada Castell, si tiene tiempo mañana, ¿podemos vernos?
Apenas colgó, llegó Lía.
teléfono.
-Señora Córdoba, aquí están los documentos que pidió. Todo está ahí. Por cierto, el señor Cuevas últimamente anda viendo anillos de compromiso; llevó a unas personas a una joyería para encargar un diamante de diez quilates.
Esther tomó los papeles y empezó a revisar cada página con atención.
Eran informes sobre las “amigas cercanas” de Ramón Cuevas durante los últimos diez años. Aunque Ramón cambiaba de novia con frecuencia, su detective privado había conseguido detalles.
Por más mujeres que Ramón conociera, siempre había una que se repetía: una tal Montes. Además, esa mujer ni siquiera vivía en Costa de la Libertad, sino en una ciudad
a doscientos kilómetros de ahí.
Después de casarse con Valeria, Ramón se enfocó en manejar los asuntos del Grupo Lagos, buscando a toda costa ganarse la confianza de Felipe Lagos. Trabajaba sin descanso, y en la empresa había conseguido un buen grupo de seguidores.
Sin embargo, la mano de Esther temblaba mientras sostenía los informes.
Su madre, hasta el último día de su vida, nunca supo quién era la mujer de su esposo. Ramón siempre lo negó, pero desde que Esther tenía cinco años, Felipe nunca volvió a
acercarse a su madre.
Felipe no era ingenuo, pero la imagen de Ramón como “el joven trabajador y exitoso” era tan convincente, que hasta él se la había creído. Todos pensaban que era un tipo responsable y entregado a su familia.
Solo después de la muerte de Felipe fue que las verdaderas intenciones de Ramón salieron a la luz. Para entonces ya había tomado las riendas de la empresa y, si trataba mal a Valeria, todos se le irían encima.
Valeria, tres años después de la partida de Felipe, terminó consumida por la depresión. Ramón nunca volvió a casarse. Para el mundo, era el marido abnegado que no se separó de su esposa enferma ni un segundo.
Al recordar todo esto, Esther cerró los ojos despacio. La verdad era que Ramón siempre fue un tipo egoísta y calculador.
Incluso la tal Montes estaba en su vida antes de que se casara con su madre. Así que el objetivo de Ramón al casarse con Valeria era más que evidente: quería la fortuna familiar. Pobre mamá, esperando hasta el último día que ese hombre cambiara, sin saber que no era más que una ficha desechable en el juego de Ramón.
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Capitulo 28
¿Y Esther? ¿No era acaso la pieza de Pablo en su propio tablero?
-Lía, prepárate. Quiero regresar a casa…
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