Capítulo 24
Nerea no podia evitar sentir una molestia creciente hacia Esther. Su papá seguía sin regresar y la señorita Marta continuaba enferma; apenas probaba bocado y cada día se vela más delgada.
-Me preocupo por tu mamá porque es tu mamá, Nere. La señora te quiere mucho, ¿lo sabías? Si pudiera tener hijos, de veras me encantaría que fueras mi hija.
Marta la miraba con una ternura inmensa, sosteniendo su manita. Nerea se sintió tan feliz que casi se le escapó decir:
-Yo también quiero ser tu hija!
Pero, al pensarlo mejor, recordó que ya tenía a su mamá. Dudó un segundo y decidió guardarse esas palabras. Penso que a su mamá no le gustaba la señorita Marta, y que, en algún momento, tendria que regresar con ella. Si su mamá se enteraba de que quería a la señorita Marta como otra madre, tal vez ya no la dejaría visitarla nunca más.
-Mira, todas las pinturas que me has regalado las tengo aquí guardadas, junto a mi
cama
Marta mostraba con cariño los dibujos de Nerea, y a la pequeña se le llenaron los ojos de lágrimas
Se acercó a Marta y, en voz bajita, le confesó:
-Señorita Marta, en el fondo yo también te quiero mucho…
Después, se inclinó y le susurró algo al oído. Marta sonrió, desbordando felicidad.
Nueva Arcadia
Pablo dejó el celular sobre el asiento, observando fijamente a Esther.
-Ya compré el vuelo para mañana, me voy en la primera salida.
Le acarició la cara con la palma, sintiendo esa suavidad que no lograba olvidar. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se vieron, que, al tenerla tan cerca, sus deseos reaparecieron de golpe. Si no fuera porque estaban en una calle de Nueva Arcadia y dentro del carro, ya habría perdido el control.
Esther meditaba, callada.
-¿Dónde está Nere ahora?
Con esa pregunta, el silencio de Pablo fue respuesta suficiente.
El corazón de Esther, que apenas se había ablandado, volvió a endurecerse.
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-Pablo, no me necesitan.
Al intentar abrir la puerta, Pablo la jaló de vuelta y la abrazó con fuerza. Esther trató de zafarse, pero él ya no pudo contener las ganas, sus manos buscaron el cuello de su blusa.
Esther soltó una risa amarga.
-Pablo, Marta está enferma y no puede complacerte, pero en la Costa de la Libertad seguro hay más mujeres. No tenías que venir desde tan lejos para hacer este numerito.
Cada vez que se veian, Pablo solo pensaba en lo mismo.
Esther empezaba a dudar si de verdad Marta estaba tan enferma como decían. La operación había sido reciente, pero antes de eso, ¿también fallaba? Porque cada vez que Pablo la veía, parecia un lobo hambriento, dispuesto a devorarla sin dejar ni los huesos,
-¿Por ese tipo vas a abandonar a tu hija también?
Los ojos de Pablo brillaban de rabia, casi desquiciado, rodeado por un aire de cólera desbordada.
Por más enojada que estuviera, Esther jamás podría dejar a su hija.
No pudo contenerse y le soltó una bofetada. El golpe resonó en la oscuridad del carro, cortando el silencio.
-¿No entiendes lo que te digo, Pablo? No soy tu saco de boxeo ni tu juguete. No uses a la niña para manipularme, tú la entregaste a Marta, ¿ahora para qué la usas de excusa?
Lo había dicho. Él la estaba orillando.
¿Cuándo iba a dejarla en paz?
-¡Vamonos!
Pablo bloqueó el seguro de la puerta y se lanzó hacia el asiento del conductor.
Esther forcejeó, pero no logró abrir. No tenía idea de adónde quería llevarla.
Ambos tenían el ceño marcado, el ambiente pesado. Esther ya no dijo nada, simplemente dejó que la llevara a donde fuera, sintiendo el pulso acelerado.
El carro aceleró hasta casi ciento veinte kilómetros por hora y se detuvo frente a un hotel lujoso,
-Bájate.
Él abrió la puerta trasera de golpe. Esther lo miró desafiante, sin la menor intención de
salir.
-¿Qué estás buscando con esto?
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Capitulo 24
El rostro de Pablo se oscureció, la mandíbula tensa.
-Vamos a reservar una habitación.
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