Capítulo 23
Si Pablo le hubiera dicho esas palabras medio mes antes, tal vez Esther sí le habría creído.
Ahora, solo sentía náuseas.
Esa cara atractiva de Pablo no era más que una trampa, una máscara para seducir. Iba de una mujer a otra, nunca satisfecho, mientras por las noches la buscaba a ella, pero al mismo tiempo seguía jugando al enamorado con Marta.
Ese hombre que todos veían como elegante y distinguido, en el fondo no era diferente de cualquier patán de barrio. Hasta era capaz de aparentar y montar todo un show para que la gente creyera que era un loco de amor.
¿Quién imaginaría que ese Pablo, tan apasionado y con tanto dinero, en realidad
disfrutaba tener a dos mujeres al mismo tiempo? Una amante en la izquierda, la esposa en la derecha. El papel de infiel lo había llevado tan lejos que hasta parecía un personaje trágico de novela.
Esther si había amado a Pablo. Incluso sabiendo que él tenía tanto a ella como a Marta, eligió hacerse de la vista gorda.
Al principio, se engañaba diciéndose que era por Nerea. Pero después tuvo que aceptar la verdad: sí, estaba enamorada de él.
Hasta que él le quitó a su hija y la entregó a otra persona, Esther se dio cuenta de que en seis años, tanto Pablo como su amante la habían usado a su antojo.
-¿Y qué? ¿Acaso eso cambia algo?
Su tono distante dejó a Pablo sin palabras. El aire en la cabina del carro se volvió espeso, casi se podía cortar con un cuchillo. Nadie se atrevió a decir nada más.
El timbre del celular rompió el silencio. Esther desvió la mirada, no quería ver el nombre de Marta ni ningún apodo ridículo en la pantalla.
-Nere.
Pablo acercó el celular a su oído, mientras Esther regresaba la mirada.
A pesar de todo, seguía preocupándose por su hija.
Claro, los dos estaban en Nueva Arcadia, y como Rocío no soportaba a Nerea, ¿dónde estaría la niña?
-Papi, ¿ya encontraste a mami? Tengo miedo.
La voz de Nerea sonó por el celular. Pablo miró a Esther, que aún estaba bajo su cuerpo, y le pasó el teléfono.
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Capito
En cuanto Esther escuchó el llanto de su hija, sintió que el corazón se le apretaba.
-Nere, mami está bien, aquí estoy.
-¿Mami está contigo, papi? ¡Qué bueno! ¿Cuándo van a regresar? Ya hace mucho que no veo a papi. -Nerea sollozaba~. Y también ya hace mucho que no veo a mami. Regresen, por favor.
A Esther se le humedecieron los ojos. Era la primera vez en tantos años que salía de Costa de la Libertad, y la primera vez que estaba tanto tiempo lejos de Nerea.
No era que quisiera dejarla; era que Nerea ya no la buscaba tanto. Igual que Pablo, prefería estar con Marta.
-Mami va a regresar pronto. ¿Quieres que te lleve algún regalo?
Hacía mucho que no la escuchaba, y la voz se le quebró de la emoción.
-Sí, mami. Tráeme pato asado, dicen que ahí es delicioso.
Nerea le soltó una lista larga de antojos y juegos.
Esther fue apuntando todo mentalmente, la tranquilizó un rato y después devolvió el celular a Pablo.
-Papi, regresa pronto. Los extraño.
Con una voz suave, Pablo contestó:
-Está bien, mañana mismo llevo a mami de regreso.
Colgó, y en la oscuridad, sus ojos parecían otra persona, llenos de una ternura que nada tenía que ver con los celos de antes.
-Esther, regresa conmigo a Costa de la Libertad. Olvida lo de hoy, no voy a reprocharte
nada.
Al otro lado, Nerea colgó y frunció la boca, molesta.
-Señorita Marta, papi ya me dijo que mami no está muerta. Tú siempre andas de triste, pero mami nunca te entiende, ¿verdad? Ni cuando te enfermas te pregunta cómo estás, ni te cuida.
Nerea sabía bien que su mami estaba viva; Pablo se lo había contado todo.
Al principio, la notícia la había dejado destrozada, pero después, al ver que su papá recorría el país buscándola, también dejó de venir a visitarla tanto.
Cuando Marta llamaba a Pablo, él contestaba de mala gana y cortaba a los pocos
minutos.
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