Capítulo 21
Rocío nunca había escuchado a Esther hablarle con ese tono. Esther siempre había sido tan sumisa frente a los Córdoba, que ni el aire se atrevía a mover en su presencia. Ahora, Rocío temblaba de la rabia, pero además, por el auricular se colaba un ruido.
ensordecedor, lo que solo la hizo enfurecerse más.
-Te estoy hablando, ¿qué es ese ruido allá contigo?
Sentía como si estuviera parada en medio de un crucero atiborrado de carros, con el
estruendo de motores retumbando en sus oídos.
Esther no contestó. Solo colgó el celular.
Guardó el aparato en su bolsillo, y al levantarse, se topó de frente con la mirada eufórica, casi desesperada, de Miguel Varela.
-¿Quedó lista?
Esther, con una chispa en los ojos, se plantó frente a Miguel.
-Échale un vistazo.
Miguel apenas la miró de reojo.
-No hace falta. ¿Cuánto te debo? Te hago un cheque ahora mismo.
Esther esbozó una sonrisa tranquila.
-No tienes que pagarme.
-Quinientos mil, ¿te parece justo?
Cuando Miguel empujó aquel carro frente a Esther, solo quedaba el esqueleto del chasis. Era el carro con el que había ganado su primer trofeo en el Campeonato de Fórmula 1. Aunque estaba hecho trizas, había pasado por agua y fuego, y cuando lo recuperaron, Miguel se había arrodillado junto a él, llorando durante tres horas sin consuelo. No fue capaz de destruirlo.
Al ver una publicación de Esther en Instagram avisando que estaba en Nueva Arcadia, Miguel prácticamente salió corriendo para buscarla.
Cuando Esther vio el carro, también se quedó pasmada por unos segundos, pero enseguida reconoció el modelo de Ferrari y le prometió a Miguel que lo tendría listo en un día.
Al principio, Miguel creyó haber escuchado mal, hasta que vio llegar al mismo equipo con el que habían trabajado años atrás en Nueva Arcadia. Solo fue a checar el avance, pero terminó viendo cómo, ante sus propios ojos, renacía un SF1000, flamante y reluciente
como nuevo.
3/2
Capitulo 21
-Dales el dinero a ellos.
Detrás de Esther, dos hileras de miembros del equipo sonreían con emoción imposible de ocultar. Acababan de terminar un proyecto enorme y el entusiasmo se notaba en sus
caras.
Esther se quitó la gorra y dejó caer su larga melena negra como una cascada. Vestía su overol plomizo, y en ese instante, parecía haber regresado la Esther de los viejos tiempos, la que lideraba al equipo de ingenieros para rescatar carros al borde del desastre en la pista.
Miguel la miró, sabiendo que ella ya estaba casada, pero aun así no pudo evitar decir algo que seguro sería rechazado.
-¿Nunca has pensado en volver al circuito?
Nueva Arcadia, restaurante francés La Tour d’Argent, galardonado con estrellas Michelin.
Esther se negó a tomar el dinero de Miguel, pero no pudo rechazar la invitación a cenar juntos.
A través del ventanal del restaurante, se podía ver claramente la silueta de Esther y Miguel.
Un carro negro Maybach estaba estacionado discretamente a un lado. Por la ventana semiabierta, Pablo observaba con el semblante impasible.
Veía a Esther. Apenas llevaba dos semanas sin verla, y ya había otro hombre a su lado.
Pablo contemplaba en silencio cómo su esposa conversaba animada con alguien más. Esa comodidad, esa alegría, ni siquiera en seis años de matrimonio la había visto en su
cara.
-Tch…
Desde que ‘murió“, él había buscado como loco en toda la ciudad, casi estuvo a punto de poner la Costa de la Libertad de cabeza.
Al final, tuvo que investigar los registros de vuelos para descubrir que ella había volado a Nueva Arcadia.
Ahora entendía por qué había sido tan tajante al pedir el divorcio. Resulta que ya tenía a alguien más.
Pablo soltó una risa breve y despectiva, tiró la colilla del cigarro por la ventana.
Bajó del carro, se abotonó el tercer botón de la camisa y, bajo la atenta y sorprendida mirada del mesero, entró con paso firme al restaurante francés La Tour d’Argent.
Esther y Miguel estaban sentados frente a frente, él con su uniforme de piloto, ella
312
16:02
impecable, maquillada con esmero. De vez en cuando cruzaban miradas y Esther le regalaba una sonrisa suave.
Pablo creyó ver un destello de luz en los ojos de su esposa, una chispa que nunca le había dirigido a él.
Su esposa, después de dejarlo, ahora sonreía para otro.
Ese hombre, ni siquiera sabía quién era.
Sacó su celular y siguió avanzando mientras marcaba, hasta que Esther levantó la mirada y lo vio de frente. Su sonrisa se congeló de inmediato.
Pablo se sentó a su lado como si nada, con una voz serena y modales impecables, mostrando toda la educación y elegancia del hijo de familia acomodada que era.
16:02