Capítulo 19
En la Costa de la Libertad, la mansión de la familia Córdoba estaba sumida en un silencio
tenso.
Dentro del estudio, la bebida en la taza hacía mucho que se había enfriado. El patriarca del los Córdoba caminaba de un lado a otro, las losas de piedra ya casi tenían marcas de tanto ir y venir.
Por fin llegó Pablo. El cansancio se notaba en su rostro, antes atractivo, y unas ojeras profundas se asomaban bajo sus ojos oscuros. Llevaba días sin dormir.
El patriarca, sin decir palabra, arrojó una taza de porcelana azul y blanca a los pies de Pablo. El líquido se derramó por todo el piso.
-¿Dónde está? En todas las noticias está corriendo el rumor de que Esther murió. Dime, ¿el cadáver que encontraron en la morgue es el de ella?
Lejos de estar sorprendido o triste, el viejo solo mostraba enojo.
Pablo, aunque agotado, mantenía el rostro impasible.
-No es ella.
Había sido el primero en llegar al Ministerio Público para identificar el cuerpo. Por supuesto, no era Esther. Él conocía bien a Esther. Sabía que no era tan ingenua como para quedarse sentada en medio de una nevada, dentro de un carro sin gasolina, esperando la muerte.
-¿Entonces a dónde se fue? ¡Búscamela aunque haya que dar vuelta toda la ciudad! ¿No entiendes que Esther tiene el cincuenta/por ciento de las acciones de la familia Córdoba? Si desaparece y luego regresa para vengarse, no solo tú, toda la familia Córdoba va a pagar las consecuencias.
El patriarca había navegado durante años en el mundo de los negocios, creía que lo había visto todo, pero con Esther había fallado. Ahora lo entendía: una mujer que pierde al amor de su vida es capaz de cualquier cosa.
Los ojos de Pablo estaban enrojecidos. Cuando recibió la noticia, lo primero que pensó fue si Esther seguiría viva. ¿Acaso ese cincuenta por ciento vale más que la vida de
Esther?
-A esa Marta, más te vale alejarla de aquí cuanto antes. La familia Córdoba ya ha hecho bastante por ella. Yo, de viejo, tuve que actuar todo este tiempo para salvarle la vida. Con eso basta, ya cumplimos. Si Esther se fue, te lo advierto: nos vamos todos a la calle.
Pablo no contestó. Salió del estudio en silencio:
Nada más pisar el pasillo, su celular vibró. Era Nerea, llamando desde su reloj.
7/2
16.02
-Papi, ¿ya encontraste a mamá? ¿De verdad se murió?
Nerea no había visto a su papá en días. Aquella mañana, se había levantado animada, desayunó feliz y fue a buscar a la señorita Marta para platicar. Pero la encontró llorando en su cuarto, sin ganas ni de probar el desayuno.
Nerea pensó que seguro su mamá había llamado a su papá y por eso la señorita Marta estaba tan triste, que seguro era culpa de su mamá. Estaba a punto de ir a reclamarle a Esther por hacer llorar a la señorita Marta, pero entonces Marta le dijo que la policía había encontrado el cuerpo de su mamá.
Aunque en este tiempo Nerea se había encariñado mucho con Marta, Esther seguía siendo su mamá. Al oír la noticia, rompió en llanto. Marta intentó consolarla, pero no hubo forma de calmarla.
En los días siguientes, Nerea tampoco pudo localizar a su papá. Con el corazón apachurrado, ya ni ganas tenía de jugar.
Cuando al fin logró que Pablo le contestara, lo primero que hizo fue preguntar, entre sollozos.
-¿Quién te dijo eso?
La mirada de Pablo se volvió dura al instante.
-Fueron las… -Quiso decir que fue la señorita Marta, pero notó el mal humor de su papá
y se asustó. Por miedo a que su papá regañara a la señorita Marta, cambió la
respuesta-. Fueron las tías que cuidan a la señorita Marta, ellas lo dijeron.
Era la primera vez que Nerea mentía. Pablo, envuelto en su propio torbellino de preocupaciones, no lo notó.
-Eso no es cierto. Tu mamá no está muerta.
Aunque Esther no estuviera muerta, tampoco sabían dónde estaba. En la policía le dijeron que, si no habían pasado más de cuarenta y ocho horas, no podían reportarla como desaparecida. El teléfono de Esther tampoco contestaba. Pensando en su hija, Pablo, de pronto, tuvo una idea.
-Papi está ocupado con algo muy importante. Hazme un favor, márcale a tu mamá, pregúntale dónde está y luego me avisas.
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