Capítulo 15
La voz de Esther estaba hecha trizas; Pablo ni siquiera tuvo el valor de mirarla antes de salir de la habitación.
Al regresar, traía una taza de leche caliente en la mano.
Esther ni lo volteó a ver. Ya había tomado una decisión y, como siempre, no pensaba dar marcha atrás.
No había nada que Pablo pudiera hacer para conmoverla.
-Esther, la vida de Marta se salvó. Cuando ella se recupere, le voy a explicar todo con calma.
Sonaba como si le hiciera una promesa, pero Esther seguía impasible, como si las palabras de Pablo rebotaran contra una pared invisible.
Sintió cómo la cobija se movía. Pablo se metió a la cama, la abrazó fuerte por la espalda. Su cuerpo irradiaba calor, como si fuera un fogón en pleno invierno pegado a su espalda.
El calor iba subiendo, capa tras capa, pero Esther seguía inmóvil, inalcanzable.
Él acercó sus labios a su oído, su aliento cálido acariciándole el cuello y la mejilla. Estaban tan cerca que los recuerdos ardientes, esos que ella quería enterrar, aparecieron como fantasmas colándose en su mente.
-Cuando Marta esté bien, no volveré a tener contacto con ella. Siempre seré tu esposo,
el único en tu vida.
Besó su mejilla, su hombro, y de a poco fue quitándole la ropa, tanteando, esperando alguna señal de rechazo que no llegó. Quería ir más allá, convencido de que podía arreglar lo roto con caricias y promesas.
En el reflejo de la ventana se veía la silueta de los dos, abrazados, casi irreconocibles
entre sombras.
Esther apretó su mano, deteniendo sus caricias, y se giró para encararlo.
-Pablo, ¿te acostaste con ella? ¿Cuántas veces?
Los ojos de Pablo se oscurecieron, llenos de algo imposible de descifrar. La miró sin soltar palabra, y el silencio se volvió pesado.
Esther esperaba su respuesta. Quería saber si, después de cada encuentro con ella, él corría ansioso a buscar a Marta, si la trataba con el mismo deseo de ahora. Se preguntaba cómo podía alguien no sentirse sucio.
No alcanzó a escuchar la respuesta. El celular de Pablo sonó.
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Capitulo 15
Era una llamada del otro lado. Pablo se apartó de inmediato, bajando de la cama.
Esther sintió el vacío a su lado, y escuchó la voz grave de Pablo.
-¿Marta?
-Pff-, suspiró Esther con resignación.
Otra vez lo mismo.
No quiso ni imaginar lo que vendría después.
[Papá, regresa ya. La señora Barahona está vomitando sangre.]
Era la voz de Nerea.
Pablo se vistió a toda prisa. Esther sentía el cuerpo helado, como si el calor de antes nunca hubiera existido.
-A Marta le pasó algo, tengo que irme para allá.
Pablo ni siquiera la miró una última vez antes de salir corriendo.
La leche quedó en la mesita, testigo de que la supuesta ternura de Pablo no era más que una ilusión pasajera.
Esther, con el corazón roto, pensó en su hija.
Si Marta estaba en problemas, Pablo solo se preocuparía por ella.
Nerea tenía apenas cinco años. ¿Quién se iba a hacer cargo de la niña?
Esther se levantó de inmediato y se cambió de ropa.
-Señora, ¿va a salir a esta hora?
Florencia, la empleada, la vio salir y pensó que iba a buscar a Pablo para pelear.
-Sí.
No tenía tiempo para explicaciones.
El carro negro de Pablo se perdió en la ventisca, y detrás iba el Ferrari rojo de Esther.
Él aceleró tanto que ni se dio cuenta de que el Ferrari al principio lo seguía de cerca. Pero,
a medida que el piso se volvía más resbaloso, el Ferrari terminó apagándose por
completo.
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