Capítulo 14
Pablo había ignorado a Marta por completo, y aun así, al llegar a este punto, el que no quería divorciarse era él.
Qué absurdo, verdaderamente absurdo.
Esther se quedó acurrucada bajo las cobijas, inmóvil. Cualquier mujer, al escuchar a su esposo infiel decir algo así, seguramente no podria evitar reírse.
¿Acaso estaba confundido? ¿O era otro truco de la familia Córdoba?
El silencio se hizo largo. Pablo no recibía respuesta de Esther, y terminó hablando solo, como si intentara convencerse a sí mismo.
-Hemos estado casados tantos años, ya tenemos una hija… Esther, ¿te acuerdas? El mes pasado todavía estábamos pensando en darle un hermanito a Nere, así la familia estaría completa, sería como tener la vida perfecta.
Pablo se emocionó tanto al decir esto que los ojos se le llenaron de lágrimas.
-¿Familia completa? ¿Y cuando ese “hermanito” crezca, se lo vas a entregar a Marta también?
Esther no aguantó más. Salió de las cobijas y el aire helado le recorrió la piel, haciéndola estremecerse. Pablo aprovechó la oportunidad y, sin dejarla escapar, la jaló hacia él, aferrándose como si nada en el mundo lo hiciera soltarla.
El cuerpo de Esther se tensó, se puso rígida como cuerda estirada al máximo.
-Pablo, no te atrevas a tocarme con manos que ya tocaron a otra mujer.
La luz reflejada por la nieve entraba por la ventana, iluminando el rostro de Esther, dándole una apariencia tan cortante y decidida que a Pablo le atravesó el pecho.
Él insistía en abrazarla, tratando de retenerla, mientras Esther luchaba por liberarse.
Ninguno de los dos pensaba ceder.
-Esther, por favor, sé razonable.
Su voz, grave, dejaba ver un leve enojo. Pero Esther no se molestó en responderle; en su boca apareció una mueca de burla.
-¿Razón? ¿Desde cuándo el señor Córdoba me da lecciones de vida y no solo me ignora?
Hace apenas una semana, ella le preguntó si recordaba que tenía una esposa esperándolo, y él le contestó que estaba aburrida, colgándole el teléfono sin más.
Y ahora, de repente, regresaba queriendo hablar de razones.
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Capitulo 14
-Por Marta, me quitaste lo que más quería. Hasta tu papá estuvo dispuesto a renunciar a su tratamiento con tal de salvarla. Incluso Nere… hasta Nere puede prescindir de su propia madre. Pablo, ¿quieres que hablemos de razones? La única lección que los Córdoba me enseñaron fue pensar solo en ustedes mismos, que cada quien se busque su propio destino. –
Esther temblaba entre los brazos de Pablo, luchando por contener las lágrimas. No quería que ese hombre sin corazón viera su debilidad, sin embargo, no pudo evitar quebrarse.
Seis años. Aunque hubiera sido la mascota de los Córdoba, ya le habrían tomado cariño. Pero Pablo no.
Todo su amor lo entregó a Marta. Hasta el hijo que debieron compartir, también se lo quitó. ¿Qué quedaba para ella?
Con el rostro pálido, Esther miró a Pablo con una mirada que atravesaba.
-¿Alguna vez me amaste, Pablo? Solo dime una cosa: ¿fui amada por ti alguna vez?
Aunque fuera un solo día.
Pablo se quedó inmóvil. Incluso en la oscuridad, Esther no se perdió ni un solo detalle de
su reacción.
Dudar era la prueba de que no la amaba.
En sus ojos oscuros ya no quedaba ni una pizca de esperanza. Aceptó su destino.
Ya no importaba si había amor o no.
-Pablo, vete. Quédate con Marta. No volveré a llamarte, ni a pedirte que regreses a casa.
Pablo tomó su mano, fría como el hielo, y se resistió a soltarla.
Después de un largo silencio, acarició su cara con delicadeza.
-Voy a traerte un vaso de leche. Si te lo tomas, dormirás mejor.
Su voz era suave, casi un susurro.
Cuando soltó a Esther, sintió que el mundo entero se le venía abajo.
-Pablo, divorciémonos. Así terminamos de una vez por todas.